Federación Regnum Christi

Somos una familia espiritual que busca dar gloria a Dios y hacer presente el Reino de Cristo en el corazón de los hombres y en la sociedad, por la propia santificación en el estado y condición de vida al que Dios nos ha llamado, y por una acción apostólica personal y comunitaria.

— cf. Estatutos de la Federación Regnum Christi, n° 7.

Conoce más sobre la historia del Regnum Christi

Congregación religiosa de los Legionarios de Cristo

Sociedad de vida apostólica Consagradas del Regnum Christi

Sociedad de vida apostólica Laicos Consagrados del Regnum Christi

Los Legionarios de Cristo aportan, por su consagración religiosa, el testimonio de su entrega a Jesucristo y su disponibilidad plena para la realización de la misión común. Por su condición de sacerdotes hacen presente a Cristo Sacerdote y Buen Pastor, a través de la predicación, la administración de los sacramentos y la guía espiritual. En comunión con todos, colaboran en la formación integral, la dirección y la proyección apostólica de los fieles asociados del Regnum Christi.

Las Consagradas del Regnum Christi aportan, desde su identidad femenina, el don de su consagración laical por su entrega total y exclusiva al amor de Cristo, siendo signos del Reino en medio de las realidades temporales; promoviendo y custodiando la comunión; saliendo al encuentro de las personas en las realidades concretas de su vida y emprendiendo aquellas acciones que más contribuyan al establecimiento del Reino de Cristo.

Los Laicos Consagrados del Regnum Christi aportan el don de la propia consagración laical y secular a través del testimonio profético estando en el mundo sin ser del mundo; de la evangelización de las realidades temporales; de la disponibilidad, caridad, competencia profesional y alegría en el servicio al Regnum Christi, a la Iglesia y a los hombres; de la promoción de la comunión fraterna entre todos, y de la oración.

— cf. Estatutos de la Federación Regnum Christi, n° 5.

Se pueden asociar individualmente a la Federación otros fieles:

  1. Fieles laicos que no asumen los consejos evangélicos con vínculo sagrado y que acogen personalmente una vocación a vivir con plenitud su compromiso bautismal en medio de las realidades temporales según el espíritu y la misión que animan esta Federación
  2. Sacerdotes, diáconos y seminaristas seculares.

— cf. Estatutos de la Federación Regnum Christi, n° 2.

Cristo es el Reino en persona, y nos invita a la misión de hacerle presente aquí y ahora en el corazón de los hombres y en la sociedad: a ser sus apóstoles.

¿Cuál es el carisma del Regnum Christi?

El Regnum Christi es un don que Dios hace a la Iglesia. Parte de la iniciativa de Jesucristo, que te llama, junto a otros, a vivir una misión: hacer presente el Reino haciéndole presente a Él mismo, que sale a nuestro encuentro, nos revela el amor de su corazón, nos forma como apóstoles, nos envía y acompaña para colaborar con Él en la evangelización para que reine en los corazones de los hombres y en la sociedad.

Del carisma brotan una espiritualidad y un modo de vivir la misión que en la vida del miembro se concretan en cinco elementos característicos: vida en equipo, vida espiritual, formación, acompañamiento, y apostolado, con una importancia muy fuerte del encuentro con Cristo, el modo de discernimiento propio en el Regnum Christi.

Vida de equipo

Vida Espiritual

Formación

Acompañamiento

Apostolado

Hacer presente el misterio de Cristo que …

  • Cristo, el enviado, el Apóstol del Padre, sale al encuentro de la humanidad para hacer presente su Reino en nuestros corazones y en el mundo. Cristo, el Amor Encarnado es presencia del Reino en este mundo. Es encuentro vivo entre Dios y el hombre.
  • En su vida oculta, encuentra a los hombres en la vida ordinaria, en el ejercicio de una profesión, en la cotidianeidad de las relaciones humanas, en la obediencia a sus padres y en la obediencia a su Padre.
  • En su vida pública está presente ahí donde se encuentra el hombre de su tiempo: En los caminos, en los banquetes de bodas, en la orilla del lago, en las oficinas de impuestos, en el brocal del pozo.
  • También encuentra al hombre en las experiencias más hondas: La muerte de un ser querido, en la alegría y belleza de la amistad, en las celebraciones, en la fatiga apostólica, en la oscuridad de la prueba, en el sufrimiento físico, en la enfermedad y en el dolor, en el amor rechazado.
  • De modo muy especial es encuentro de Dios y los hombres en la oración, donde los presenta a su Padre.
  • Todas estas realidades tocadas por Cristo se convierten en realidades del Reino: El Reino que Él viene a anunciar y a hacer presente; el Reino que vence el reino de las tinieblas por la fuerza del amor.

Cristo, revelando el amor que arde en su Corazón, nos invita a abrir nuestro propio corazón para recibirlo. Nos invita a amarlo a Él y lo que Él ama. Nos invita a dejarle amar en nosotros.

  • Desde el inicio de su predicación hasta el momento de su muerte en la cruz y en la Resurrección, Cristo nos deja ver el inmenso amor que tiene a su Padre, de quien ha salido y a quien vuelve. Un Padre de quien recibe y a quien entrega el Espíritu. Un Padre cercano y cariñoso al que se refiere como «Abba». Un padre que es también padre nuestro.
  • Ama a María como un hijo ama a su madre y la asocia a toda su vida, a su obra redentora y, al pie de la cruz, la entrega como Madre a la Iglesia naciente.
  • Ama apasionadamente a los hombres sus hermanos. Los ama hasta el extremo, hasta el punto de dar la vida. Así como Él es amado por el Padre, así los ama a ellos.
  • Cristo ama con un amor personal, capaz de establecer relaciones profundas. Un amor fiel a sus amigos. Un amor que se enternece con los niños, que se compadece de quien sufre y se alegra con quien goza.
  • Un amor que tiene sed de ser amado y que no se avergüenza de reconocerlo. Lo expresa al lado del pozo y lo expresa en la cruz. Un amor que toca y se deja tocar. Se hace vulnerable.
  • Un amor que perdona, sana y consuela. Un amor que levanta y restaura la dignidad. Un amor que Resucita, que da la vida en abundancia. Un amor que vence definitivamente el pecado y la muerte, un amor que hace nuevas todas las cosas.
  • Un amor sacerdotal que se ofrece por sus hermanos los hombres: tanto por el amigo como por el enemigo; tanto por quien le reconoce y acoge, como por quien lo niega y rechaza.
  • Un amor que arde por hacer presente el Reino de su Padre y nos enseña a pedir esto en la oración del Padrenuestro.
  • Con cada palabra y cada gesto me revela su amor por mí.
  • El amor que arde en el corazón de Cristo es un amor que congrega en comunión, invita a permanecer en Él. Un amor que nos hace hermanos en Él.
  • Al momento de iniciar su vida pública, Jesús llama a doce hombres. Sale al encuentro de cada uno, ahí donde se desarrolla su vida ordinaria. Los llama a estar con Él, les da a conocer los misterios del Reino, el amor que arde en su corazón, los reúne en comunidad y los hace participes de su misión. Convocar discípulos para formar con ellos una comunidad para la misión, no es un algo opcional, es un acto fundacional del Reino. Al reunirlos, Cristo, revela un misterio más grande, el misterio de la comunión restablecida que es la Iglesia, su cuerpo e inicio de su Reino en la tierra. Unidos en torno a Él y unidos en la misión.
  • En comunidad reciben del Señor el don de la Eucaristía en la Última Cena. La comunidad de los doce, reunida en oración junto a María, reciben el don del Espíritu en Pentecostés. En comunidad se encuentran con el Señor Resucitado, tanto en el cenáculo como a la orilla del lago.
  • La comunidad que sigue al Señor, no se limita a los doce. Cuántas mujeres piadosas y valientes le acompañan en sus caminatas65, especialmente en la más dolorosa: la que le conduce al Calvario. También hay familias convocadas en torno a Él, como la familia de Betania. Los 72 discípulos, enviados en misión, regresan a reunirse con Jesús para compartir la alegría de la experiencia de anunciar el Reino.
  • La comunidad convocada por Jesús se va configurando en el contacto diario con Él, al compartir la vida con su Maestro y Señor. Lo acompañan en los caminos que recorre, en los hogares que visita, en la barca que tantas veces cruza el lago de Galilea. Aprenden de Él cómo amarse unos a otros y a orar juntos al Padre.
  • Los apóstoles, reproducirán este modo de actuar de su Maestro. Enviados por todo el mundo a predicar el Reino formarán comunidades de creyentes, que parten el Pan Eucarístico, que comparten el alimento, los bienes y ven por las necesidades de todos. Juntos alaban al Señor y con su vida le anuncian.
  • La formación de los apóstoles se da en el contacto íntimo con Jesucristo. Podemos decir que la vida compartida con Él es donde los va configurando consigo: les enseña a ver, pensar, sentir, actuar, querer, como Él lo hace. En el trato íntimo les revela el amor de su corazón y ellos van aprendiendo a amar lo que Él ama.
  • Jesús se entrega a todos, pero dedica una parte significativa de su tiempo a formar especialmente a algunos, introduciéndolos íntimamente en su misterio y haciéndolos participes de su misión.
  • En los acontecimientos cotidianos, los lleva a descubrir la presencia y el plan de Dios sobre los hombres sus hermanos. Un plan de amor redentor, un plan de encuentro con el hombre para restaurarlo en su dignidad de hijos amados del Padre.
  • Les anuncia el Reino, sus características y exigencias y los llama a la conversión. Les enseña a reconocer su presencia o ausencia en las distintas realidades:

– Presencia del Reino en la fe de tantas personas (la hemorroísa, el centurión, la mujer cananea), en la generosidad (de la viuda del Templo), en el arrepentimiento y deseo de conversión (Zaqueo), en la sed y la búsqueda (la Samaritana, Nicodemo), etc.

– Ausencia del Reino en la hipocresía y falta de verdad (algunas costumbres de los fariseos), en

la falta de perdón, en la violencia, en la traición y la falta de esperanza.

  • Les explica el significado de las parábolas y los va introduciendo en los misterios que ha venido a revelar. Les enseña que hay demonios que solo salen con oración y sacrificio.
  • Les enseña lo que significa ser Rey desde los criterios del Reino de su Padre. Con su propia vida, les muestra que el verdadero liderazgo, consiste en dar testimonio de la verdad, en servir a los hermanos, en someterse libremente al querer del Padre y dar la vida por amor.
  • Les forma para vivir insertos en la realidad del mundo como la levadura en la masa, pero sin someterse a los criterios del mundo: su Reino no es de este mundo.
  • El envío en misión brota de la Trinidad misma: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna». El Padre envía al Cristo para redimir al hombre.
  • Cristo, a su vez, envía a sus discípulos: «Como mi Padre me envió, así yo los envío a ustedes». Ellos participan de la misión redentora de Cristo: los envía a «proclamar la Buena Nueva a toda la creación».
  • El mandato misionero ocurre en el momento de su Ascensión, pero también durante su ministerio público Cristo les envía en misión: a sanar, a expulsar demonios, a dar de comer a las multitudes, a preparar la cena pascual.
  • Los envía con recomendaciones muy claras: no llevar bolsa, calzado y alforja; anunciar la paz al llegar a una casa, quedarse en ella y aceptar lo que les ofrezcan de comer y beber.
  • Al volver de su misión, les aconseja no alegrarse de que los demonios se les sometan, sino de saber que sus nombres están inscritos en los cielos.
  • Jesús sale al encuentro de las personas y camina con ellas tanto en los recorridos exteriores entre una aldea y otra, como en los recorridos interiores.
  • El diálogo con la Samaritana al lado del pozo nos muestra como Él, a lo largo de la conversación, va acompañando un proceso interior. Recorre, junto con los discípulos desalentados, el camino que sube Jerusalén a Emaús, y también el camino de las Escrituras explicándoles como ellas preanuncian lo que acaba de suceder.
  • Acompaña a Pedro en su camino de configuración con Él. Le llama, sube a su barca, le invita a «remar mar adentro». Le va revelando gradualmente su propia identidad de Hijo de Dios y el misterio de la Redención: «Esto no te lo ha revelado ni carne ni sangre, sino mi Padre que está en los Cielos»; «ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero después lo entenderás».
  • Al mismo tiempo, le va revelando su identidad y su misión.
  • En el momento de la Ascensión, promete acompañarlos siempre: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
  • En la última cena promete enviar su Espíritu -el gran acompañante- quien les «enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho». Lo reciben en Pentecostés y les asiste en su actividad evangelizadora a lo largo de los Hechos de los Apóstoles.