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Noticias

Distribuyó el pan hasta que quedaron saciados (Jn 6,1-15)

Publicado el 22 julio, 2015
Hora Eucarística

Evangelio: Jn 6,1-15
En aquel tiempo, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?». Dijo Jesús: «Haced que se siente la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se sentaron, pues, los hombres en número de unos 5.000. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban sentados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo.

Fruto: Contemplar en este pasaje el amor sin prisas de Jesucristo.

Pautas para la reflexión:
Jesús se vale de la generosidad de un muchacho que no contaba con muchos panes ni peces, ni con muchos bienes materiales pero sí con un gran deseo de ayudar. De él se pudo ayudar para saciar una muchedumbre.

1. El hombre sin prisas
El trabajo de Jesús es inagotable. Constantemente está predicando y haciendo el bien, ya sea a sus apóstoles, ya sea a grupos pequeños o a grandes multitudes. El Evangelio que estamos considerando nos muestra un ejemplo más de este trabajo apostólico y pastoral: viene hacia él una gran multitud, y comienza a predicarles con amor, sin prisas. La vida cristiana se vive bien cuando se ama a Dios y a los demás sin prisas, dándoles con generosidad el tiempo que se merecen. ¿Para qué quiero mi tiempo, si no es para hacer algo duradero, algo que merezca la pena, algo para la eternidad?

2. Con los pies en la tierra
Jesús les enseña las maravillas del amor de Dios, pero no vive absorto en un mundo ideal de bonitas ideas, buenos deseos y bellos sentimientos. Jesús viven con la mirada en el cielo, en los grandes ideales, pero a la vez tiene los pies puestos sobre la tierra. Se da cuenta de que quienes le escuchan también necesitan comer. «No sólo de pan vive el hombre», había respondido al demonio que le incitaban a convertir las piedras en pan y satisfacer su propio apetito. «No sólo de pan vive el hombre, pero también de pan. Por ello, Jesús realiza el milagro de la multiplicación de los panes.

3. Cristo me necesita para hacer el milagro
Hay un detalle muy hermoso de este pasaje: Jesucristo podía haber hecho aparecer el pan para esta multitud de tal modo que nadie tuviese que repartirlo. Sin embargo, quiere sentir necesidad de los apóstoles, y les dice: dadles vosotros de comer, repartid vosotros el pan y colaborad, de este modo, en el milagro. Así es Jesucristo: tiene poder para hacer grandes milagros, para cambiar el corazón de los hombres con una gracia directa, especial. Pero no suele obrar así. Quiere que los hombres colaboremos con Él en la obra de la redención, y me pide a mí, a cada uno: dale tú de comer, ayúdame a salvar a la humanidad, salvando a esta persona que está junto a ti, a tu esposo o esposa, a tu padre o madre, a tu compañero de trabajo o de clases, a ese amigo que tanto lo necesita.

Propósito: Dedicaré tiempo para convivir con el amigo que esté más necesitado de compañía.

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