Sábado 19 de septiembre – Cultivar y cuidar.
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Cuánto te amo, Jesús. Gracias por ser tan bueno. Gracias por haberme creado y redimido por amor. Gracias porque sigues sembrando la semilla de la gracia en mi alma, sin cansarte. Creo y confío en que este momento de oración me dará la pauta para crecer abundantemente en el amor a los demás.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 8, 4-15
En aquel tiempo, mucha gente se había reunido alrededor de Jesús, y al ir pasando por los pueblos, otros más se les unían. Entonces les dijo esta parábola:
«Salió un sembrador a sembrar su semilla. Al ir sembrando, unos granos cayeron en el camino, la gente los pisó y los pájaros se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, y al brotar, se secaron por falta de humedad. Otros cayeron entre espinos, y al crecer éstos, los ahogaron. Los demás cayeron en tierra buena, crecieron y produjeron el ciento por uno». Dicho esto, exclamó: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!».
Entonces le preguntaron los discípulos: «¿Qué significa esta parábola?» Y él les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer claramente los secretos del Reino de Dios; en cambio, a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. La parábola significa esto: La semilla es la palabra de Dios. Lo que cayó en el camino representan a los que escuchan la palabra, pero luego viene el diablo y se la lleva de sus corazones, para que no crean ni se salven. Lo que cayó en terreno pedregoso representa a los que, al escuchar la palabra, la reciben con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba, fallan. Lo que cayó entre espinos representa a los que escuchan la palabra, pero con los afanes, riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no dan fruto. Lo que cayó en tierra buena representan a los que escuchan la palabra, la conservan en un corazón bueno y bien dispuesto, y dan fruto por su constancia».
Palabra del Señor.
Reflexiona lo que Dios te dice en el Evangelio (te sugerimos leer esto que dijo el Papa)
«En el Evangelio acabamos de escuchar cómo Jesús, el Maestro, enseñaba a la muchedumbre y al pequeño grupo de los discípulos, acomodándose a su capacidad de comprensión. Lo hacía con parábolas, como la del sembrador (Lc 8, 4-15). El Señor siempre fue plástico en el modo de enseñar. De una forma que todos podían entender. Jesús, no buscaba, «doctorear». Por el contrario, quiere llegar al corazón del hombre, a su inteligencia, a su vida, para que ésta dé fruto.
La parábola del sembrador, nos habla de cultivar. Nos muestra los tipos de tierra, los tipos de siembra, los tipos de fruto y la relación que entre estos se genera. Ya desde el Génesis, Dios le susurra al hombre esta invitación: cultivar y cuidar.
No solo le da la vida, le da la tierra, la creación. No solo le da una pareja y un sin fín de posibilidades. Le hace también una invitación, le da una misión. Lo invita a ser parte de su obra creadora y le dice: ¡cultiva! Te doy las semillas, la tierra, el agua, el sol, te doy tus manos y la de tus hermanos. Ahí lo tienes, es también tuyo. Es un regalo, un don, una oferta. No es algo adquirido, comprado. Nos precede y nos sucederá.» (S.S. Francisco, 8 de julio de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal, ¿qué? El que más amor implique… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Voy a mirar mi vida con más fe y una nueva esperanza, confiando en que Dios siembre continuamente en lo más común de las circunstancias de mi actividad diaria. Voy a estar atento para ver su intervención en al menos un hecho de mi día de hoy… y lo voy agradecer.
«Dios endereza absolutamente todas las cosas para su provecho, de suerte que aun a los que se desvían y extralimitan, les hace progresar en la virtud, porque se vuelven más humildes y experimentados.»
(San Agustín, Sobre la conversión y la gracia, n. 30)