Evangelio: Lc 1,39-45
Por aquellos días, María se puso en camino y fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Pero, ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
Fruto: Imitar de María la vivencia de su Adviento sirviendo a mi prójimo.
Pautas para la reflexión
Próximamente celebraremos el nacimiento de Jesucristo en nuestro corazón. Volvamos la vista a nuestra Madre, para aprender de ella a recibir al niño Jesús como Él se merece.
1. El Adviento de María
En esta última semana de preparación para el gran Evento, contemplemos cómo se preparó la Santísima Virgen en aquel primer Adviento, que empezó para ella cuando escuchó del arcángel Gabriel aquellas palabras: Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros. La primera actitud que vemos en ella es la escucha y atención a la voz de Dios. El ángel no tuvo que gritarle, ni llegó a Nazaret y estuvo 2 horas llamando a la puerta. El ángel irrumpió en la presencia de María, susurró su mensaje divino, y encontró una pronta respuesta. María estaba atenta, en actitud de escucha de la voz de Dios. A lo mejor estaba cocinando, o barriendo la casa, o limpiando el polvo, pero vivía unida a Dios, cumplía sus obligaciones primero y principalmente para agradar al Señor.
2. Salió con prontitud hacia la montaña
Después del anuncio, del susto y de la turbación ante un mensaje tan divino y tan maravilloso, María no se queda disfrutando a solas del privilegio que Dios le ha dado. En el mensaje del ángel ha escuchado que su prima Isabel, de avanzada edad, esperaba un hijo. Por ello, le brota del corazón el ir a servir a su prima. Una mujer embarazada de seis meses, y más si es avanzada en edad, seguro que necesitará una ayuda. Ese fue el Adviento de María: ponerse en camino hacia Ain Karim, el pueblo donde habitaba Isabel, y servirla en todas sus necesidades. El encuentro entre estas dos santas mujeres es muy hermoso: Isabel, consciente de la grandeza de María, alaba a Dios y exclama: ¡Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor! y María responde con el hermoso cántico del Magnificat: Engrandece mi alma al Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador.
3. Un Adviento hecho servicio
Ahí tenemos, pues, un ejemplo del mejor Adviento que podemos vivir: salir de nuestro egoísmo, de nuestras pobres preocupaciones, para servir desinteresadamente a nuestros hermanos. Con mucha facilidad sentimos compasión de nosotros mismos de lo mucho que sufrimos o lo cuesta arriba que se nos hace ser cristianos; pero pocas veces pensamos que los demás también sufren, y casi seguro sufren más que nosotros. Y junto a ese salir de nosotros para servir y amar a los demás, hemos de refrescar la alabanza y acción de gracias a Dios por tantos beneficios que nos regala. Cuentan que un pobre sabio recorría un camino lamentándose de su suerte y comiendo algunas frutas silvestres. De repente, vio que alguien, detrás de él recogía los restos de fruta que él tiraba al suelo, y comprendió que no tenía motivos para seguir lamentándose.
Propósito: Ante los sufrimientos que tenga en este día, pensaré en los grandes sufrimientos de mucha gente que me rodea y pondré este sufrimiento en manos de Dios.