Evangelio: Lucas 3,1-6
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes rey de Galilea, su hermano Filipo rey de las regiones de Iturea y Traconítide, y Lisanias rey de Abilene, en tiempos de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, la palabra de Dios vino sobre Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto. Y fue por toda la región del Jordán predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Voz del que grita en el desierto: preparad el camino del Señor; haced rectos sus senderos; todo barranco será rellenado y toda montaña o colina será rebajada; los caminos torcidos se enderezarán y los desnivelados se rectificarán. Y todos verán la salvación de Dios.
Fruto: Reflexionar con Dios cómo me voy a preparar para la Navidad.
Pautas para la reflexión
Adviento quiere decir «venida». Debemos preguntarnos: ¿quién es el que viene?: Cristo, el Hijo de Dios, y ¿para qué viene? La respuesta fundamental es: por nuestra salvación. Jesucristo es el Hijo de Dios que vino a salvarnos del pecado y devolvernos la amistad con Dios. ¿Qué significa «salvar»? Salvar quiere decir liberar del mal radical, definitivo. Semejante mal no es ni siquiera la muerte. El mal radical es el pecado.
1. En un tiempo muy concreto.
En las primeras líneas de este Evangelio encontramos varios datos históricos del imperio romano, de Judea, Galilea y las regiones circundantes. El Espíritu Santo, a través del evangelista, nos quiere transmitir una idea muy sencilla: el nacimiento de Cristo se realizó en un tiempo y en un lugar concretos. En un año, -según los estudiosos el 5 o 6 a.C.- y en un lugar, se realizó el misterio de los misterios, la entrada de Dios, inmenso y eterno, en nuestro mundo concreto, palpable, tangible. Dios ha querido acercarse tanto a nosotros, sus creaturas, que se ha hecho uno como nosotros, de carne y hueso, semejante en todo menos en el pecado. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II, en la constitución Gaudium et spes: «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado» (n. 22).
2. Escuchar la voz
Este es el gran acontecimiento que reviviremos en la Navidad. Es tan grande lo que sucede, que la Iglesia nos pone cuatro semanas para prepararnos. Todo acontecimiento importante se prepara con antelación, se piensan bien todos sus detalles, se ensayan los cantos y celebraciones… Eso mismo hemos de hacer durante estas cuatro semanas de Adviento: preparar la Navidad, sobre todo prepararnos a nosotros mismos para la Navidad. Para ello, escuchemos a san Juan Bautista, el primer «preparador» de la venida de Cristo. Poco antes de que Jesucristo iniciara la vida pública, el Bautista comenzó su predicación. A lo mejor nuestro corazón es un desierto, como el sitio en el que predicaba Juan; un desierto en el que «el agua» de las ganas de vivir brilla por su ausencia, un desierto seco de caridad hacia quienes están a mi lado, un desierto reseco, por la falta de sentido en mi vida. No pasa nada; lo importante es que nos preparemos a la venida del Señor escuchando la voz «del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor».
3. Hacerle caso a la voz
No basta sólo con escuchar, con saber que Dios vuelve a bajar a nuestra vida concreta, cotidiana. No basta con escuchar a los nuevos Juan Bautista, los sacerdotes, asistiendo pasivamente a la misa dominical. Tenemos que dar un paso más: obedecer su voz: «Rellenad los valles, allanad las colinas». O dicho de un modo más fácil de entender: llenad los valles que os aíslan de vuestros prójimos, rebajad las montañas que os hacen olvidar a quienes viven a vuestro lado. Dediquemos unos minutos de este día a responder a unas preguntas: ¿Cómo me voy a preparar para esta Navidad? Estamos a las puertas de un gran acontecimiento, tan grande que, cuando sucedió por primera vez dividió la historia en dos -antes de Cristo y después de Cristo-. ¿Qué voy a hacer para disponer mejor mi alma al evento de los eventos? ¿Qué voy a regalar al Niño Dios cuando nazca en mi corazón, esta nochebuena?
Propósito: Dedicaré unos minutos para dialogar con Dios en la oración, el regalo que le voy a ofrecer en mi corazón, esta Navidad.