El 14 de junio se tuvo en la Pontificia Universidad Gregoriana la clausura del Diplomado para la protección de menores organizado por el Centro para la protección de los menores (CCP) auspiciado por el Instituto de Psicología de esta universidad. Recibieron su diploma 19 alumnos, 12 de ellos varones y 7 mujeres; 11 venían de países de África, 2 de Asia, 4 de Europa, 2 de América Latina y 1 de Estados Unidos. Entre los graduados estaba el P. Gerardo Flores, LC, quien fue rector de los Centros vocacionales de Monterrey y de Guadalajara y actualmente colabora en el área de formación inicial en la Dirección general.
P. Gerardo, ¿en qué consiste el diplomado que acaba de cursar en el Centro para la protección de los menores?
El Papa Francisco escribió una carta al P. Hans Zollner, S.J., presidente del CCP, en el que describía su percepción de este esfuerzo. Creo que antes de entrar a los detalles del curso merece la pena leer lo que el Santo Padre escribía: «Quiero agradecerte a ti y a tus colaboradores por este emprendimiento que ayuda a la prevención de abusos de menores. Ustedes están haciendo un gran esfuerzo para la prevención y sanación de los abusos de menores… Hago llegar mi saludo a quienes concluyen el curso. Deseo que tengan ánimo y paciencia; que sean valientes y emprendedores. Les aseguro que se encontrarán con muchas sonrisas de gratitud».
Este diplomado es parte de la respuesta de la Iglesia al fenómeno de los abusos de menores. La temática es, por lo mismo, el abuso sexual, abordado de manera interdisciplinar: psicológico, sociológico, teológico, canónico, moral, terapéutico y pastoral. Nos propusieron un itinerario para ayudarnos a comprender la dimensión del abuso sexual de menores en el mundo y en la Iglesia. Nos ha permitido tomar conciencia de la cultura de silencio en torno a los abusos, el daño que causa a las víctimas y quienes viven en su entorno. También abordamos estrategias para la prevención, la atención a las víctimas en caso de verificarse un abuso, y cómo ayudar a los perpetradores a enfrentar las consecuencias de sus actos ante la justicia civil y eclesiástica y a que no reincidan en su delito.
La metodología fue la propia de un seminario, que permitía la participación de todos, la discusión y el estudio de casos. El curso se dividió en seis módulos a lo largo de doce semanas. Cada seminario duraba dos semanas y se requería la asistencia diaria a la universidad durante toda la mañana y también, algunas veces, por la tarde. Los seminarios eran: El abuso sexual (terminología, definiciones, metodología); Los derechos y el desarrollo de los niños (desarrollo, seguridad, psicología, derechos); Ambientes seguros y sagrados (medidas de prevención); El abuso de la fe (teología y espiritualidad); La verdad os hará libres (la justicia, la información y la verdad); El crecimiento después del abuso sexual (varias maneras de ayudar a la sanación).
Esta es una realidad social que duele y lacera, ¿cuál es su opinión al respecto?
Tenemos que reconocer que el abuso sexual de menores es un problema real en la sociedad en general y también en la Iglesia. Nos llena de vergüenza reconocer que también se ha dado en nuestra congregación. La Legión ha asumido un compromiso real de poner todos los medios para prevenirlo y para poner la sanación de las víctimas en el centro. Como dice el Papa Francisco, esto ha de ser prioridad por encima de cualquier otra consideración de fama, prestigio institucional, deseo de evitar el escándalo, etc.
En enero de 2015 nuestro Director general promulgó unos Estándares territoriales de acreditación de ambientes seguros, que aplican en todos los territorios en donde no haya organizaciones externas que puedan acreditar el trabajo para la prevención de los abusos. Los territorios buscan cumplir con estos estándares que se agrupan en medidas de prevención, en una respuesta rápida a cualquier denuncia o sospecha de abuso, y en la supervisión y seguimiento a quien hubiera sido hallado culpable. Además de proponer la elaboración de códigos de conducta, se subraya la necesidad de formación de los legionarios y de todas las personas que trabajan con menores para reconocer, prevenir y saber cómo actuar ante posibles abusos.
Es un tema difícil, incluso humanamente desagradable. Pero todos, como buenos pastores, tenemos que formarnos para conocer cómo prevenir los abusos, cómo ayudar a las víctimas, y cómo debemos actuar responsablemente. A veces podríamos pensar que basta el sentido común pero creo que quien acoge un razonamiento así puede estar cayendo en una grave omisión.
Yo estoy ahora en Roma para apoyar en el proceso de renovación de nuestros centros vocacionales y me toca ayudar en la reflexión de nuestro sistema formativo desde sus primeras etapas. El diplomado, por su enfoque interdisciplinar, ha sido muy rico y ha tocado aspectos importantes de la formación sacerdotal y religiosa. Hay algunas cosas en las que estamos ofreciendo una adecuada formación. Hay otras en las que podemos y debemos mejorar. Las recientes orientaciones que nuestro Director general envió a los rectores y equipos de formadores en las apostólicas son ya un signo en esta dirección.
¿Algunas lecciones importantes de este diplomado?
Que hay que hacer todo lo posible por que los abusos sexuales de menores no se den. Pero una cosa es saberlo teóricamente y otra es ponerle rostro al dolor. A mí me impactó fuertemente conocer y tratar a varias víctimas o sobrevivientes, pudimos asomarnos un poco a su sufrimiento. Desde un inicio el padre Zollner nos advirtió que no haríamos simplemente un ejercicio académico, sino que trataríamos de comprender, en cuanto fuera posible, el profundo daño y dolor que un abuso ocasiona a quien lo sufre, especialmente si el agresor es un sacerdote. Y, la verdad, se cumplió la advertencia.
Cuando el Card. Pell respondió desde Roma a las preguntas de la Royal Commission de Australia sobre los casos de Ballarat, estuvo presente un grupo de víctimas o sobrevivientes. Al día siguiente tuvimos un encuentro con ellos. Nos dijeron que no querían perjudicar a la Iglesia, que lo único que querían era que se reconociera el abuso sufrido, que se les apoyara con sus terapias y que ningún niño más tuviera la experiencia devastadora que vivieron ellos. Al final del encuentro les saludamos uno por uno. Al estrechar la mano de uno de ellos –es difícil expresar lo que había en esa mirada– percibí enojo y mucho sufrimiento. Ese hombre llevaba impresa en la playera una foto suya a la edad de 12 años, que fue cuando sufrió el abuso.
Al final del diplomado conocimos a otra víctima francesa que nos describió su proceso espiritual y cómo ha ido reencontrándose con Dios, aunque con mucha dificultad. Su relación con Él está profundamente dañada por el abuso que sufrió de manos de un sacerdote amigo de su familia hace más de 35 años.
Esto no te deja indiferente. Despierta muchos sentimientos: pena, porque hay un daño real; vergüenza, porque como sacerdotes estamos llamados a acercar a las personas a Dios y este tipo de comportamientos alejan y porque la figura del sacerdote es vista con sospecha; impotencia, porque el proceso de sanación es muy largo y difícil, y no todos los que han sufrido un abuso sexual siendo menores llegan a superarlo.
A la luz de lo visto en este curso, ¿cómo percibe el compromiso de la Legión y del Regnum Christi en este ámbito?
Creo que por parte del Director general hay un compromiso real y parte del camino lo estamos recorriendo. Nuestros estándares de acreditación son adecuados y, por lo que vi en el curso y me dijeron al compartirlo con los directores, responden a lo que la Iglesia está pidiendo en este campo para la prevención, para la atención y para la supervisión. En ciertos países como Estados Unidos e Irlanda, hemos superado la acreditación por parte de agencias externas.
Algunos territorios están desarrollando o ya aplicando procedimientos y protocolos de seguridad para nuestras obras educativas, voluntarios, etc. Hay esfuerzos serios de capacitación en este campo, aunque todavía nos falta camino por recorrer.
En abril se tuvo un congreso sobre el tema de abuso sexual de menores organizado por el Centro Reparare de la Escuela de Psicología de la Universidad Anáhuac México Sur. Este centro quiere dedicarse a la investigación, ofrecer cursos de capacitación para personas que puedan ayudar en la prevención y atención de los abusos de menores y adultos vulnerables y eventualmente ayudar a la certificación de las políticas y protocolos de ambientes seguros que se implementen. De algún modo quiere replicar algunos aspectos de la experiencia del CCP, con quien ya están en conversación. Creo que se trata de la primera iniciativa de este género en México y ofrece un futuro prometedor para los niños y jóvenes.
El gran reto es lograr que todos estos estándares y medidas de prevención se implementen en todas partes. El tema es desagradable y muchos prefieren ignorarlo o evadirlo. Me impactó cómo el Sr. Johannes-Wihelm Rörig, comisionado independiente del gobierno alemán para los asuntos relacionados con el abuso sexual de menores, dijo que en algunas instituciones de su país no se toman en serio estas políticas sino hasta que sucede una tragedia… No tendríamos que esperar a que alguien más sufra un abuso para reaccionar. Esto no nos puede suceder como hijos de la Iglesia, ni tampoco a ninguna de nuestras instituciones. Este asunto es una prioridad impostergable, que no admite retrasos.
Cada miembro del diplomado tenía que hacer un trabajo escrito. ¿Sobre qué fue el suyo? ¿Qué elementos destaca?
Permítame un ejemplo para responder. Cuando viajamos por una carretera, a veces cedemos a la tentación de sobrepasar los límites de velocidad. Si está a la vista un policía o tenemos bien ubicado el radar de multas, bajamos siempre la velocidad. En el ámbito de la prevención de abusos, es muy bueno y hasta necesario que tengamos códigos de conducta y lineamientos. Pero creo que, para realmente ser efectivos, necesitamos reforzar la formación humana de los sacerdotes, pues no es correcto ver ciertos patrones de conducta como una imposición externa, sino que deben ser actitudes y comportamientos abrazados por convicción personal. Por esta razón escogí como tema, «La formación humana como una respuesta al abuso sexual de menores».
Desde el Concilio Vaticano II, pero de modo especial a raíz de los escándalos de abusos de menores por parte de sacerdotes, el magisterio pontificio, comenzando por Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, han insistido en cuidar más la selección y formación de los futuros sacerdotes.
Contrariamente a lo que algunas interpretaciones simplistas podrían indicar, el abuso sexual no es causado por el compromiso del celibato. De suyo, el 96% de los abusos se dan en un contexto donde el abusador no está ligado a un compromiso de celibato. Los sacerdotes que han fallado en este campo no han vivido sus compromisos de manera sana y equilibrada y creo que se debe a una falta de formación humana.
En el Estudio John Jay, encargado por la Conferencia del episcopado americano para entender el fenómeno y alcance del abuso sexual de menores en Estados Unidos, se comprobó que la mitad de los sacerdotes acusados de abusos habían sido ordenados antes de los años ’60. En la estadística se nota una notable reducción de las acusaciones de abusos sexuales de menores a mediados de la década de los ’80. Esto corresponde al cambio de enfoque después de la Optatam totius, donde se puso más atención a la formación de los seminaristas. Desde entonces se ha buscado la progresiva integración de dimensiones de la personalidad como el autoconocimiento, la capacidad de establecer y mantener relaciones interpersonales, la madurez emocional, el desarrollo psicosexual y la integración de la propia sexualidad. Igualmente, la formación para enfrentar los retos del celibato y la castidad en el sacerdocio.
En el mismo estudio que he mencionado se llega a la conclusión de que la mayoría de los abusos no fueron cometidos en los primeros años del sacerdocio, sino después de 10 años de ministerio. El cansancio, el estrés, el activismo, el descuido de la vida espiritual, la soledad y el abandono de la vida comunitaria y fraterna, van desgastando al sacerdote. La combinación de todos estos elementos, más ciertas carencias afectivas muchas veces no conscientes y sin resolver, pueden abrir la puerta a un posible abuso o a faltas graves en la vivencia del celibato.
Así como cuidamos la salud física, y cuidamos la salud espiritual, deberíamos también cuidar y controlar nuestra salud psíquica y emocional. Así lo pide la Congregación para el Clero en el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros.
¿Qué recomendaciones haría a los formadores actuales y futuros?
Creo que los formadores, especialmente los que trabajan con adolescentes, deberían formarse e informarse del tema de abuso sexual de menores. Gracias a Dios en muchos lugares hay cursos de calidad y basta interesarse. Este diplomado me ha ayudado a convencerme de que la ignorancia en estos temas y la cultura de silencio que lo rodea es lo que permite que el abuso se dé y pueda prevalecer.
Los formadores deben conocer y ayudar a conocer y asimilar los códigos de conducta a todos los legionarios. Esto nos permitirá prevenir abusos, detectar los signos que delatan que algo malo se está gestando para intervenir oportunamente, y también conocer los procedimientos para actuar cuando, desafortunadamente, llegue a ocurrir un abuso. Una de las cosas que más duele a las víctimas que lo han sufrido es que muchas veces no se les ha creído cuando lo hacen público.
Al mismo tiempo, que se dé información suficiente y adecuada a los niños y adolescentes en nuestras instituciones para que puedan ellos mismos reconocer cuando hay algo inapropiado, reaccionar ante ello rechazándolo y reportarlo a las autoridades competentes.
Otra necesidad es ir a fondo en la propia formación humana. Que acompañemos a cada adolescente, a cada joven a forjarse hombre con una personalidad integrada. Que no olvidemos que la formación es un compromiso que no termina con la ordenación sacerdotal sino que dura toda la vida y que los sacerdotes también necesitamos seguimiento, apoyo, sostén, impulso y comprensión.
Ser sacerdotes no es un privilegio ni un derecho, sino una responsabilidad. Cada uno de los llamados debe comprender las implicaciones, expectativas sociales, y el poder asociado con el ejercicio de nuestro rol como sacerdotes. Esta potestad sagrada es para amar y servir al prójimo, no para aprovecharse de ella. También debemos comunicar la alegría de ser sacerdotes, pues la vivencia de nuestra vocación no es un «no» a muchas cosas, sino un «sí» a un Amor que verdaderamente llena todos los anhelos de nuestro corazón.