El 14 de agosto, 18 novicios legionarios de cristo emitieron su primera profesión religiosa junto con 11 religiosos que renovaron sus votos y el H. Jacobo Nieto Covarrubias, LC que hizo su profesión perpetua.
Fue una ceremonia presidida por el P. Eduardo Robles-Gil, LC, director general de los Legionarios de Cristo, en las instalaciones del Instituto Irlandés de Monterrey.
Concelebraron con él los sacerdotes que ejercen su trabajo apostólico en la ciudad de Monterrey y algunos legionarios de otras ciudades del territorio.
En la homilía el P. Eduardo les dijo a los presentes:
«Acabamos de escuchar que el superior religioso, el instructor de novicios o el Director Territorial, llama por su nombre a estos hermanos nuestros y ellos responden: «¡Presente!».
Responden como Samuel en la primera lectura: «¡Aquí estoy!». Hay aquí un misterio, un misterio que es el misterio de la vocación al sacerdocio, a la vida religiosa o a la vida consagrada en sus diversas formas.
Es el misterio de una voz que se escucha y que cada quien la escucha en el fondo de su corazón y responde personalmente: Aquí estoy para hacer tu voluntad. Pero no todos escuchan la misma voz o no les manifiesta el mismo contenido.
Todos los cristianos estamos llamados a seguir a Cristo pero no de la misma forma.
Es un misterio que Dios habla a sus elegidos y ustedes que están aquí frente a mí escucharon un llamado con su nombre y apellido.
Es un llamado personal que cada quien escucha en su corazón de forma clara, y cada uno de nosotros respondemos desde lo más profundo de nuestro corazón a Cristo.
Para escuchar la voz de Dios se necesita de la fe, sabemos que Dios existe, que es un Dios cercano, que a Dios le interesamos y que nos puede llamar, y que preocupado por nosotros y por la salvación de todos nos llama a que colaboremos con Él de forma particular.
Y escuchamos y contestamos porque tenemos fe y somos capaces de saber que es Dios quien llama.
Para escuchar el llamado de Dios se requiere también de la generosidad. Porque no tenemos amor suficiente para responder a Dios.
Para seguir a Cristo es necesario negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz. El seguimiento de Cristo es una vocación a muchas bendiciones y lo describe Cristo mismo, el ciento por uno en esta vida, también la vida eterna, pero añade: con persecución.
Es necesario tomar la cruz de negar nuestro egoísmo todos los días de nuestra vida, y nos cuesta mucho.
Pero sabiendo que tenemos un tesoro en Jesús, nuestra opción es por Jesucristo crucificado, por Jesucristo resucitado, por Jesucristo apóstol.
Y porque Él nos llama, y porque lo amamos a Él, porque amamos a la Iglesia entendida como el pueblo de Dios, que necesita de Dios, por ese amor tomamos la cruz.
Por ese amor nos dejamos a nosotros mismos y de alguna manera dejamos a nuestra familia y la amamos mucho pero con un corazón que pone en primer lugar a Dios.
Aquí me veo obligado a agradecer a las familias de estos hermanos nuestros, ellos amando a Dios y amando a sus hijos que les dicen: «Mamá, papa, Dios me llama», ellos también con fe y generosidad acogen la vocación de Dios a sus hijos y también de alguna manera acogen parte de la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Y sienten posiblemente sentimientos contrastantes en su corazón, sentimientos de alegría por tener un hijo amado y llamado por Dios nuestro Señor. Pero también de alguna manera, humanamente, una tristeza de ver que su hijo se hace apóstol, se hace misionero de Jesús.
Cada vocación es una historia particular y cada familia es una historia familiar: “Han escogido la mejor parte y no les será quitada”: Hay una alegría y hay una tristeza.
Hay una capacidad de fe, de escuchar a Dios y una capacidad de amor de responder: «Aquí estoy». Y también de responder: «Aquí está mi hijo». Se necesita fe y se necesita amor.
Pero lo más grande es que cuando nosotros le respondemos a Dios «aquí estoy», Él nos confirma: «Aquí estoy yo también». No es que nosotros decidimos, es que Él nos llama y Él se nos entrega plenamente.
Dios (dice el dicho) no se deja ganar en generosidad, y entonces cuando nosotros damos un pequeño «sí» humano, «sí» generoso, un «sí» a lo que está en nuestras manos dar, que es darnos a nosotros mismos.
Él nos da un «sí» generoso, pero generoso a lo divino, nosotros nos entregamos con nuestras limitaciones, Él se entrega con su omnipotencia, con su amor divino, con su amor infinito, y esa es la grandeza de lo que hoy vemos en estos hermanos nuestros que en su juventud, en su generosidad, aceptan la voz misteriosa de Dios en sus corazones; pero lo que no vemos, lo que no oímos y que está aquí presente es a Dios nuestro Señor que se entrega también a sí mismo, Él se entrega con todo su amor y con toda su divinidad».