Por José Gustavo Cerros Rodríguez, LC
Como Legionario de Cristo y miembro del Regnum Christi, hay una cosa que me queda clara: nuestro corazón arde ante la figura de Jesús, apóstol del Reino.
Durante el milagro de la multiplicación de los panes (cf. Mc 6 35-44), Jesús lanza a sus apóstoles a cosas que jamás se habrían imaginado realizar, de hecho, ni ellos ni nadie, ni hace dos mil años ni ahora. La obra ingente del amor de Jesús no tiene comparación. Sin duda la mayor enseñanza de Jesús a sus apóstoles ante esta tarde que cae es que el amor no sabe de límites pues ¿qué son cinco panes y dos peces para más de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños? Jesús obra el milagro. Los apóstoles, lo reparten.
Acto seguido, Jesús obligó a sus apóstoles a subir a la barca y a ir por delante hacia Betsaida (cf. Mc 6, 45), pues él se quedaría despidiendo a las personas. Los obligó. Y después de despedir a todos, se fue al monte a orar.
Estos breves versículos expresan nuestra espiritualidad. Obviamente, ya con la certeza que en unos versículos atrás hemos visto actuar al Jesús apóstol, a ese Hombre que, habiéndoles salido al encuentro, mostrado su amor, reunido y luego enviado a predicar (cf. Mc 3-13 y Mc 6 30-32), ahora les guía a través del misterio Trinitario que es un constante desbordamiento de amor.
Esto es clave para nuestra vida como Regnum Christi, ser desbordantes en el amor.
Pero lo que más viene a la mente en Jesús apóstol es su confianza en el Padre y que, con la vista puesta en el cielo, habla y las cosas suceden.
Era una hora muy avanzada. Los apóstoles también sienten hambre. Habían llegado a este lugar deshabitado con la idea de descansar, de comer algo, de platicar con Jesús. No para continuar atendiendo a los fans de Jesús. Sin embargo, ahí estaban.
Jesús sabía que los había llevado a descansar. Pero la Providencia había dispuesto otra cosa.
Jesús predica, les ama. Los apóstoles también quieren imitarlo, pero tienen hambre y también la multitud. Pues aún esto de alimentarse con cumplir la voluntad del Padre, es todo un misterio para ellos.
La grandeza de estas líneas es que nos revelan que Jesús evangelizando en realidad ora al Padre. Y, orando en el monte, es cuando en realidad está evangelizando al mundo.
Y, el Jesús apóstol, que tanto nos atrae es este, el que de rodillas ante su Padre evangeliza y, con una sonrisa ante su prójimo, ora.
Dentro de nosotros, como Regnum Christi, sentimos la necesidad de lo mismo. Contemplar a Dios, evangelizando y evangelizar al mundo, contemplando a Dios. Toda esta fuerza para amar, para ser la diferencia, nace de la contemplación en el monte, en la soledad, en la intimidad que cara a cara, tenemos con nuestro Amigo, con Jesús (cf. CLC 12; RFARC 9).