Por Carlos Ramírez, LC
Es frecuente oír llamar al Espíritu Santo el Gran Desconocido, pero pienso que para nosotros, Legionarios de Cristo, debería ser todo lo contrario: debería ser el Gran Conocido.
El número 13 de nuestras Constituciones nos recuerda que «el Espíritu Santo, consolador y dulce huésped del alma, es el artífice de nuestra transformación en Cristo y nos sostiene en la misión de instaurar su Reino», nos invita a cultivar «una relación íntima con Él» y a pedir sus dones, así como también a ser «dóciles a sus inspiraciones para caminar fielmente por el sendero de la voluntad de Dios».
Esta solemnidad de Pentecostés es una buena ocasión para renovar nuestro trato con el Espíritu Santo. Dejemos que venga a nuestros corazones y los llene con su fuego; dejemos que sople su aliento de vida sobre nosotros y vivifique nuestros huesos secos (cfr. Ez 37); permitámosle iluminar con su luz nuestras tinieblas; bebamos de su agua viva y dejemos que dé reposo a nuestros cuerpos cansados del camino.
En nuestra misión de instaurar el Reino de Cristo en la sociedad, el Espíritu Santo debe ser nuestro mejor amigo, nuestro mejor compañero y aliado en la batalla. Sólo Él ablanda los corazones endurecidos, sólo Él cura a los enfermos del cuerpo y del alma, sólo Él bautiza, sólo Él guía las almas hacia la vida eterna, nosotros somos solamente sus instrumentos.
Si cultivamos una íntima relación con Él y tenemos fe, aunque sea del tamaño de un grano de mostaza, moveremos montañas, porque Él así lo prometió (cfr. Mt 17,20).
Si somos dóciles a sus inspiraciones Él nos hará caminar sobre las aguas encrespadas y nos hará valientes mensajeros del Evangelio.
Si dejamos que el Espíritu Santo sea el artífice de nuestra transformación en Cristo seremos Legionarios auténticos, conformes al Corazón de Jesucristo, y cumpliremos fielmente la misión a la que el Señor nos llama, con la confianza de que es Él quien realiza todas nuestras empresas (cfr. Is 26,12).
Si cultivamos nuestra amistad con el Espíritu Santo, para nosotros no será más el Gran Desconocido, sino que podremos llamarlo con toda seguridad el Gran Conocido.