Por Celso Júlio da Silva, LC
«Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!». Palabras contundentes y bellas grabadas en el obelisco de la Plaza de San Pedro, a las que Lorenzo Perosi revistió de brillo musical. Resuenan dentro de nuestro corazón una vez más, pero con un toque paradójico. Si hoy nos toca tender nuestra mano al pobre con tantos problemas y carencias que estamos atravesando, no perdamos de vista que Cristo Rey es el Primer Pobre que nos tiende la mano desde la cruz.
En este 2020 Cristo Rey entra en la cornisa de la pobreza y del dolor como fuente de esperanza. Se celebra dentro de un mundo que sufre por el Covid-19, por la inestabilidad y la incertidumbre del porvenir. La fiesta de Cristo Rey si no se celebra desde la experiencia salvífica de Cristo pobre y sufriente que nos redime con su amor podría volverse algo anacrónico e irreal. En definitiva nos olvidaríamos que «el cristiano es en el mundo lo que el alma es en el cuerpo» (Carta a Diogneto, 1 parte: 2-10: Cristianismo, paganismo y judaísmo). La realidad es que el mundo sufre y sólo con Cristo puede salir de las sombras de muerte e incertidumbre.
«Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8,9). El Rey del Universo es paradójicamente un pobre. ¡Cristo es el Pobre por antonomasia! Este año la realeza de Cristo se reviste de pobreza, de carencia, de sufrimiento cargado de esperanza. La crisis que el mundo atraviesa en tantos sectores de la existencia humana si no se ve desde la humilde realeza de Cristo se reduce a una absurda selva oscura de la que no saldremos por nuestras propias fuerzas- si de algún modo podemos evocar la selva oscura de Dante en su Divina Comedia.
En Cristo Rey y Pobre cada cristiano puede tender su mano al hermano pobre que siempre estará entre nosotros: «los pobres siempre los tendréis entre vosotros» (Mt 26,11; Jn 12, 8). Tender la mano la mano al pobre (cfr. Sir 7,32) ha sido el mensaje del Papa Francisco por ocasión de la IV Jornada Mundial del Pobre, una semana antes de Cristo Rey. Por ello, sólo en Cristo el apoyo material que demos al necesitado será una fuente de gracia, radicada en la realeza del Hijo de Dios que conoció la pobreza más dura de la existencia humana, tocando en carne propia la ignominiosa muerte en la cruz.
Cristo reina en el corazón de todos aquellos que se hacen solidarios del prójimo en estos tiempos difíciles. Si Cristo reina también hoy, entonces la belleza de su Reino se traduce concretamente «en la mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quien está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad» (Papa Francisco, Mensaje para la IV Jornada Mundial de los Pobres 2020, n.6). ¡Donde haya una mano tendida al pobre allí reina Cristo, que en la cruz fortalece y da sentido a la realidad del dolor, del sufrimiento y de la muerte!
Vivir la Solemnidad de Cristo Rey Crucificado en tantas realidades humanas de prueba y de dolor puede ser el propósito que culmine este año litúrgico. Pero nunca con el pesimismo que envenena el alma, pues «éste es el precioso elixir del demonio», como escribe Bernanos en el Diario de un Cura Rural; sino con la esperanza de que la pobreza de Cristo culmina en la cruz y allí nos regala la salvación. De hecho, la condescendencia del Verbo de Dios con el género humano tuvo su límite «hasta la muerte y muerte de cruz; por ello, Dios lo ha exaltado» (Filip 2, 8-9). En medio de esta selva oscura de inseguridad e inestabilidad Cristo Rey, venciendo desde la cruz nuestro mal y nuestro pecado, desciende a ese lugar oscuro de espera, de inseguridad, de desesperación en nuestra vida, en la de tantos probados por el dolor. Baja como Señor Victorioso para manifestar que su amor es más fuerte que el mal, que el virus, que la muerte. ¡Él es el Rey Pobre y al mismo tiempo Esperanza del pobre que confía en Él!
Cristo es Pobre y abraza la cruz, pues Él es nuestra Esperanza y nuestro Rey. Pero la humanidad repetidas veces en la historia no se cansa de elegir el papel de los contrastes que desentonan y destruyen. También hacia Cristo muchas manos fueron tendidas para abofetearle (cf. Jn 18, 22); para arrestarlo y crucificarlo (cf. Mt 27, 26-50). La escena hoy es la misma porque el hombre sigue siendo el mismo, aunque cambian los tiempos y los lugares. Cristo no puede reinar allí «donde hay mano tendidas para rozar rápidamente el teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos extendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan» (Mensaje para la IV Jornada Mundial de los Pobres 2020, n. 9).
El mal no es una nimiedad. Esas manos extendidas para hacer el mal es el reflejo de un corazón vacío, pobre y egoísta. Ante esto resuena con fuerza la sabiduría clásica que se verifica una y otra vez en la humanidad cuando afirma que «no es pobre el que tiene poco, sino el que desea más» (Séneca, Epist 87 39). Ambiciones egoístas que alejan el alma de Cristo Rey, que desembocan en la indiferencia fría e hipócrita del cristiano que piensa amar a Dios, pero da la espalda al hermano que sufre y pide ayuda. «Quien no ama al hermano que ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4,20).
Cristo es el rico que se hizo pobre, muriendo en una cruz por todos. Toda pobreza material y espiritual que hay en este mundo encuentra su sentido sólo en el trono de la cruz de Cristo, pobreza provocada por el mal y el pecado. Cristo a su vez no vino para dar una respuesta al sufrimiento humano, sino vino al mundo para llenar ese sufrimiento con su presencia, como sucintamente afirmó el poeta Paúl Claudel. ¡Cristo Rey es el Pobre que extiende su mano a todos los pobres de la tierra! Por ello, sus brazos extendidos a un extremo y otro de la tierra significa su mano divina, clavada por amor a todos los hombres, extendida a todos. Cristo es el primero que extiende su mano a los pobres del mundo antes que nosotros tendamos las nuestras.
Considerar esto en esta Solemnidad es huir de la mera filantropía que empobrece nuestros actos de generosidad. Abracemos a Cristo Crucificado y entonces nuestra mano tendida al pobre tendrá un valor de eternidad, allí donde está nuestra verdadera riqueza. Contemplando las manos extendidas del Rey Universal sobre la cruz, inmerso en la pobreza más profunda, podemos rezar con el corazón de San Buenaventura: «Regresa, oh alma: te llama Jesucristo con los brazos extendidos sobre la cruz; ¡regresa, te espera el abismo divino de toda la Trinidad! ¡He aquí, oh alma, la voz de tu Amado que te invita!» (San Buenaventura, Soliloquio del alma o Cuatro Ejercicios de Meditación).
Con los ojos fijos en Cristo Rey y nuestras manos extendidas al hermano, el Papa Francisco nos invita a considerar dos fines por los que cada uno vive con un corazón de misericordia. En primer lugar, «acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros» (Mensaje para la IV Jornada Mundial de los Pobres 2020, n.10). En segundo lugar, «la finalidad de todas nuestras acciones no puede ser otra que el amor» (Ibídem, n.10). Cristo en la cruz nos recuerda que reina el que sirve, el que da la vida. El ejemplo sublime de Cristo Rey del Universo, que siendo rico se hace pobre para redimirnos, nos compromete a considerar nuestra vida a la luz de la eternidad. Olvidar que «al ocaso de la vida seremos juzgados del amor» (San Juan de la Cruz) puede hacernos perder el sentido profundo del humanismo cristiano del que tanto necesita la humanidad en la crisis actual.
En este 2020 Cristo, el Primer Pobre que nos precede y nos muestra la verdadera riqueza que está en el cielo, nos invita a incrustar aquel «¡Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!» en nuestro corazón y que con la mano extendida al hermano nuestra vida se convierta, no ya en una melodía hermosa a Cristo Rey como la hizo el maestro Perosi, sino algo mucho más significativo, es decir, se convierta en un canto nuevo para el Señor Jesucristo, Rey del Universo.
————————————————
Dibujo de César Pérez Luzardo, LC