Por José Pablo Poblete, LC
Las Constituciones de la Congregación de los Legionarios de Cristo delinean, en el número 4, 2º, los campos de acción de la vida legionaria. Dicen: junto con ellos establezcan las instituciones y emprendan las acciones que más contribuyan, en profundidad y en extensión, a construir el Reino de Cristo en la sociedad, y a salir así al paso de necesidades de la Iglesia universal y particular, en comunión con sus Pastores y según el carisma propio
Todos estos campos de apostolado abren el apetito de cada legionario y mantienen viva la llama del fuego que arde dentro de los corazones. El fundamento de la vocación está en Cristo, pero es por ese amor que ardemos y nos sentimos llamados a llevar este fuego también a los demás. Es amplio el panorama de lo que hay por hacer, y de las oportunidades que aparecen en el horizonte. Cada una de estas maneras de transmitir a Cristo se convierte en una «esperanza» que nos mueve. Una esperanza que nos mantiene vivos y deseosos. Una esperanza que nos seduce a entregar nuestra vida.
Esperanza de que la gracia actuará. Ya sea por las oraciones que ofrecemos por tanta gente, por los sacramentos que celebramos en tantos lugares, en la intercesión ante Dios ejercida de tantas maneras. Todo esto da esperanza y nos permite seguir adelante y predicar, porque Cristo guía y la Gracia actúa.
Esperanza de que cada persona hará una experiencia real e íntima de Cristo. Los colegios, las universidades, los retiros, el ECYD, NET, cada “encuentro con Cristo«, todos esos lugares de acción concreta nos dan la esperanza que de alguna manera Dios se vale de esos medios para lograr el encuentro con cada alma.
Esperanza de que Cristo está vivo en la sociedad. Llevar un distintivo religioso, ver a gente que entra en una iglesia a rezar, vivir la alegría en la consagración. Tenemos la confianza que Dios está vivo y que todavía tiene un lugar viva dentro de la sociedad.
“La esperanza es la fe que amo”, y porque amamos a Cristo es que tenemos esperanza. Por ello es que nos lanzamos cada día, en el lugar donde nos quiere la obediencia, a realizar las instituciones que más contribuyan a la extensión del reino de Cristo. Cada campo de acción es una esperanza personal y para este mundo que necesita de Dios.