El Papa Francisco ha hecho un llamado para que unidos, en oración, pidamos el don de la paz en respuesta a la creciente escalada de violencia que viven varios países en el mundo.
Al final de la misa en la plaza de San Pedro con motivo de la apertura de la segunda sesión de la Asamblea General, el Papa Francisco ha anunciado una Jornada de oración y ayuno por la paz en el mundo el próximo 7 de octubre.
Ademas, el Santo Padre anunció una nueva visita a la Basílica de Santa Maria Maggiore, en Roma, para elevar una súplica por la paz a la Virgen, visita en la que pidió la participación de todos los miembros del Sínodo.
Para invocar de la intercesión de la Bienaventurada Virgen María el don de la paz, el próximo domingo iré a la Basílica de Santa María la Mayor donde rezaré el Santo Rosario y dirigiré una sentida súplica a la Virgen María.
Unámonos en oración para que Nuestro Señor Jesuscristo nos acompañe en la búsqueda los caminos de la paz y la armonía entre todos los pueblos del mundo.
Oración del Santo Padre Francisco al finalizar el momento de oración «Pacem in terris»
Basílica de San Pedro, Viernes, 27 de octubre de 2023
María, míranos. Estamos aquí ante ti. Tú eres Madre, conoces nuestros cansancios y nuestras heridas. Tú, Reina de la paz, sufres con nosotros y por nosotros, al ver a tantos de tus hijos abatidos por los conflictos, angustiados por las guerras que desgarran el mundo.
Es una hora de oscuridad. Esta es una hora de oscuridad, Madre. Y en esta hora de oscuridad, nos sumergimos en tus ojos luminosos y nos confiamos a tu corazón, que es sensible a nuestros problemas y que tampoco estuvo exento de inquietudes y temores. Cuánta preocupación cuando no había lugar para Jesús en el albergue, cuánto miedo cuando tuvieron que huir rápidamente a Egipto porque Herodes quería matarlo, cuánta angustia cuando se perdió en el templo. Pero, Madre, tú en las pruebas fuiste valiente, fuiste audaz, confiaste en Dios y respondiste a la preocupación con la solicitud, al miedo con el amor, a la angustia con la donación. Madre, en los momentos decisivos no retrocediste, sino que tomaste la iniciativa: fuiste sin demora a ver a Isabel, en las bodas de Caná obtuviste el primer milagro de Jesús, en el Cenáculo mantuviste a los discípulos unidos. Y cuando en el Calvario una espada traspasó tu alma, tú, Madre, mujer humilde, mujer fuerte, entretejiste de esperanza pascual la noche del dolor.
Ahora, Madre, toma una vez más la iniciativa, tómala en favor nuestro, en estos tiempos azotados por los conflictos y devastados por las armas. Vuelve tus ojos misericordiosos a la familia humana que ha extraviado el camino de la paz, que ha preferido Caín a Abel y que, perdiendo el sentido de la fraternidad, no recupera el calor del hogar. Intercede por nuestro mundo en peligro y en confusión. Enséñanos a acoger y a cuidar la vida —¡toda vida humana!— y a repudiar la locura de la guerra, que siembra muerte y elimina el futuro.
María, muchas veces tú has venido a nuestro encuentro, pidiéndonos oración y penitencia. Nosotros, sin embargo, ocupados en nuestros asuntos y distraídos por tantos intereses mundanos, hemos permanecido sordos a tus llamadas. Pero tú, que nos amas, no te cansas de nosotros. Madre, tómanos de la mano. Tómanos de la mano y guíanos a la conversión, haz que volvamos a poner a Dios en el centro. Ayúdanos a mantener la unidad en la Iglesia y a ser artífices de comunión en el mundo. Recuérdanos la importancia de nuestro papel, haz que nos sintamos responsables por la paz, llamados a rezar y a adorar, a interceder y a reparar por todo el género humano.
Madre, solos no podemos lograrlo, sin tu Hijo no podemos hacer nada. Pero tú nos llevas a Jesús, que es nuestra paz. Por eso, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros recurrimos a ti, buscamos refugio en tu Corazón inmaculado. Imploramos misericordia, Madre de misericordia; suplicamos paz, Reina de la paz. Mueve los corazones de quienes están atrapados por el odio, convierte a quienes alimentan y fomentan conflictos. Enjuga las lágrimas de los niños —en esta hora lloran mucho—, asiste a los que están solos y son ancianos, sostiene a los heridos y a los enfermos, protege a quienes tuvieron que dejar su tierra y sus seres queridos, consuela a los desanimados, reaviva la esperanza.
Te entregamos y consagramos nuestras vidas, cada fibra de nuestro ser, lo que tenemos y lo que somos, para siempre. Te consagramos la Iglesia para que, testimoniando al mundo el amor de Jesús, sea signo de concordia, sea instrumento de paz. Te consagramos nuestro mundo, especialmente te consagramos los países y las regiones en guerra.
El pueblo fiel te llama aurora de la salvación. Madre, abre resquicios de luz en la noche de los conflictos. Tú, morada del Espíritu Santo, inspira caminos de paz a los responsables de las naciones. Tú, Señora de todos los pueblos, reconcilia a tus hijos, seducidos por el mal, cegados por el poder y el odio. Tú, que estás cerca de cada uno, acorta nuestras brechas de separación. Tú, que tienes compasión de todos, enséñanos a hacernos cargo de los demás. Tú, que revelas la ternura del Señor, haznos testigos de su consolación. Madre, tú, Reina de la paz, derrama en los corazones la armonía de Dios. Amén.