Alrededor de los 18 años, por diferentes razones, fui conociendo a Dios. Me encontraba en un momento muy distante, el pecado estaba destruyendo mi vida y me llenaba de confusión y tristeza. Pero el Señor me alcanzó, y en una confesión descubrí su gran amor y misericordia. Desde entonces, mi vida cambió: conocí al que es la Vida.
Poco tiempo después, hice un viaje a Europa y, como mis amigos estaban haciendo el IFC, decidí quedarme unos días en el CILC para poder convivir con ellos. Algo se despertó en mí. No sabía qué era, pero sentía una gran ilusión por Cristo. Poco tiempo después, fui de misiones con el Regnum Christi, y ahí fue cuando me di cuenta de que mi corazón vibraba con el ser para los demás y el ser para Dios.
Durante tres años consecutivos intenté ir al candidatado, pero no era mi momento. No me atrevía o dejaba el discernimiento porque me enamoraba. En resumen, no me fui. Por tanta incertidumbre, mi director de sección me recomendó irme de colaborador. Yo pensé que esta sería la «estocada final», pero no fue así. Regresé a casa y viví cuatro años más con mi familia. El llamado había quedado en el olvido; yo mismo lo había reprimido y querido olvidar.
A mis 28 años, todo parecía marchar de maravilla. Tenía una novia, una mujer extraordinaria que me enseñó mucho y de la cual estaba profundamente enamorado. Mi trabajo iba viento en popa, me permitía llevar la vida que siempre había deseado. Era responsable de Reino y contaba con un grupo de amigos increíble. En mi familia, las cosas iban bien, aunque apenas comenzaba un proceso de sanación que, durante los diez años que llevo de Legionario, he reconocido como un auténtico regalo de Dios.
Mirando atrás, a esos 28 años, podría decir que todo estaba en su lugar… aunque, en el fondo, había algo en mí, algo misterioso, un sentimiento, un anhelo de algo más. Algo me faltaba.
En el verano de 2014, un amigo me llamó para hacer el Camino de Santiago con los miembros del Regnum Christi de Guadalajara Norte. Yo le dije que era muy complicado por mi trabajo, pero que, si se sumaban más de diez personas, lo haría. Al final, fueron más de diez.
Al llegar al Camino, recuerdo que estaba muy impresionado por la vida y la muerte del Padre Álvaro Corcuera. Días antes había fallecido. Creo que su muerte preparó mi corazón para acoger el don. Inicié el Camino con una frase en mi corazón: «Tu rostro busco, Señor». No tenía mucha idea de la Biblia ni de los salmos, pero esta jaculatoria me acompañó.
Al tercer día, algo sucedió. Entré en una gran consolación. Todo lo que había experimentado años antes volvió con mucha fuerza. Y, delante del Señor, descubrí su llamado, un llamado acompañado de una gran libertad: «Si quieres». Aquello que me faltaba se completó en esos días. Me di cuenta de que lo que realmente anhelaba mi corazón era ser del Señor. En mis deseos más profundos encontré también mi vocación.
Esos días fueron de gran consolación. Fue hasta los últimos días cuando comenté esto con una consagrada, Paulina Lavín, y posteriormente con el P. Luis Rodrigo Núñez, quienes me acompañaron hasta mi ingreso en el seminario.
Regresando del Camino, vinieron días turbulentos. Fui a rezar a Monterrey, al noviciado, por tres días. Luego, fui a hablar con quien iba a ser mi esposa para decirle que Dios tenía otros planes. Le dije a mis hermanos y, al final, fui a mi trabajo a hablar con todo mi equipo. En ese momento, dirigía a unas 70 personas.
Fueron días muy difíciles. En algunos de ellos, Dios me retiró su consuelo, quizá para hacerme tomar la decisión con total libertad. Fueron días de sufrimiento y gracia. Al final, recuerdo el día en que volé al noviciado. Llegaba con un mes y medio de retraso, “el Señor llama cuando quiere”. Recuerdo que, al subir al avión, abrí la Biblia y leí el pasaje de la perla preciosa. Lo había dejado todo, porque había encontrado TODO.
Desde entonces, a pesar de las altas y bajas de la vida, a pesar de los vientos y las olas enfurecidas, a pesar de los días soleados y nublados, soy del Señor de una forma muy especial, y esa es mi alegría. Y siendo del Señor, soy para los demás. En mi corazón resuena el anhelo de dar esperanza y consuelo a las almas. Ser simplemente un instrumento del amor de Dios.