¡Ay, me pesas!
Por José Pablo Poblete, LC
Cuando dos personas están enamoradas empiezan a imitarse en gestos, en formas de pensar y en la manera de mirar la vida. Esta manera de actuar brota como un efecto natural al ser espectadores de la vida desde la misma butaca y al compartir las mismas experiencias. Es una realidad bonita que despierta esas sonrisas tontas cuando entre ellos se dan cuenta que pensaron igual que el otro, o que respondieron con las mismas palabras frente a alguien que les preguntaba algo.
En esta estela busca el Cristocentrismo modelar también nuestra vida, en un plano tal vez un poco más elevado, pero no por ello exento de todas las cosas naturales y humanas. El corazón de Cristo modela nuestro corazón para que veamos las cosas como Él las ve, y uno de los caminos que usa es a través de la cruz.
Por eso las Constituciones de la Congregación de los Legionarios de Cristo, en el número 8, invita a los legionarios que
Busquen conocerlo, amarlo y experimentarlo íntimamente, sobre todo en el Evangelio, la Eucaristía y la cruz; y procuren imitarlo de modo especial en la entrega al prójimo.
Al sentir la cruz, a veces, brota la pregunta, ¿cómo veías tú la cruz Señor? Porque no pocas veces decimos por dentro, ¡ay, me pesas!, cuando aparece la sombra en la puerta de la propia vida.
La cruz de por sí no es más que un pedazo de dolor y de carga. Abrazarla vacía tiene más sabor de masoquismo que de virtud. De hecho, si no fuese porque Cristo murió en ella, probablemente la cruz solo quedaría en el recuerdo como uno más de los cientos de métodos de tortura usados en la historia.
Sin embargo, con Cristo clavado en ella, la historia es diferente. Cada dolor, cada ingratitud, cada debilidad, cada angustia que nos desgarra el alma son una oportunidad para descubrir qué experimentó el corazón de Jesús. Bendita contradicción. Porque mientras menos la queremos, más la aprovechamos cuando está presente. Porque aún sin buscarla, luego no nos queremos desapegar de ella cuando entendemos su valor.
¡Ay, me pesas cruz! Y Cristo va a mi lado cargándola también. Es verdad, sí pesa. Pero es verdad, y más profunda, que la llevo con Cristo y así Él modela mi corazón de sacerdote.