Un trasplante de corazón y la felicidad
Desde Dunedin, Nueva Zelanda hasta Santiago, Chile, Dios quería un corazón de carne y su poder supera lo que podamos pensar o incluso pedir. En realidad, nunca quise ser sacerdote. Pero Dios sí lo quiso. Y ahora no podría estar más feliz.
Cada historia tiene un comienzo… pero no sabemos el final.
No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Juan 15,16
Nací en Dunedin, Nueva Zelanda, en 1987. Soy el tercero de cuatro hijos, un gemelo mayor, así que por diez minutos me escapé de ser el menor. Mi familia siempre fue religiosa, según los estándares de Nueva Zelanda.
Siempre tuve el ejemplo de la fe viva y de la búsqueda de Jesús por parte de mis papás, Juan y Teresa. Sin embargo, debo admitir que mi propia vida de Fe fue más externa: consistía en cumplir reglas pero no en amar a la persona que es el centro y que da sentido al ser cristiano, Jesús. Pero Dios se encarga de estos detalles con el tiempo.
Mirando hacia atrás, pensé en ser sacerdote solo una vez: brevemente por no más de tres días. Fue al ver la ordenación de un joven al diaconado, cuando pensé: “eso es algo realmente noble y heroico”. Pero ese pensamiento pasó rápidamente. Había otras formas de ser noble y heroico que me atraían más.
Mis padres eran miembros del movimiento Regnum Christi a principios de la década de 1990, y en 1998, un sacerdote de los Legionarios de Cristo, el P. Emilio Díaz-Torre, visitó Dunedin y brindó una explicación sobre lo que era el ECYD. Parecía una buena idea: un grupo juvenil de amigos católicos, haciendo juntos actividades divertidas y decidí unirme a este grupo.
Ese año, mi hermano, Simon, fue a un campamento de verano dirigido por los legionarios en 1998. Allí él quedó fascinado por algo llamado “la escuela apostólica”, un seminario menor. Regresó diciendo que se sentía llamado a ser sacerdote. Mi madre pensó que era un pensamiento fugaz basado en lo divertido que había sido el campamento de verano. Pero, Simon demostró a mi madre y al resto de nuestra familia que tal pensamiento no era tan fugaz. Cuando regresó del campamento de verano, Simon iba a misa todos los días, sin importar la lluvia o el sol, con la familia o solo en su bicicleta. Quería realmente ir y un año después partió rumbo a la escuela apostólica en New Hampshire.
La escuela apostólica
Tú me has seducido, Señor, y yo me he dejado seducir; has sido más fuerte que yo, me has podido. Jeremías 20,7
Tuve una experiencia al estilo de Jeremías. Al ser educado en casa, cualquier distracción siempre era bienvenida. Entonces, cuando a principios de 2001, sonó el teléfono, corrí para contestar el teléfono. Simon estaba llamando. Ese año iba a graduarse de la escuela apostólica y entrar al noviciado de los Legionarios. Me preguntó si quería ir New Hampshire – y mi oído fue selectivo, pues escuché “campamento de verano.” Por supuesto, dije: quién no querría ir a una aventura internacional y perder un mes y medio del año escolar (las vacaciones en Nueva Zelanda son en diciembre y enero). También le preguntó a mi gemelo, pero por diferentes razones, mi gemelo dijo que no. Entonces llegó un formulario de solicitud. Me preguntaban por qué quería ser sacerdote… Me di cuenta de que lo que había pensado que era un campamento de verano, era en realidad un cursillo de verano para jóvenes que querían ser sacerdotes. Recuerdo muy claramente mi respuesta a esa pregunta específica en el formulario: escribí “No lo sé, pero estoy abierto a ser un sacerdote si Dios lo quiere”, y dejé el resto de la página en blanco.
Fui a la escuela apostólica con la idea de pasar un buen rato y luego volver. Mi madre, sin embargo, estaba llorando de camino al aeropuerto. Pensé que era extraña esta reacción: pues supuestamente iba a regresar. Pero cuando llegué allí, aunque los otros jóvenes no siempre entendían mi inglés, me sentí en casa, en una familia compuesta de personas de todas las partes de Estados Unidos. Es la única explicación que puedo dar. Quería quedarme allí y sentí que estaba llamado a ser legionario de Cristo. Pero esta decisión de un joven de 14 años iba a tener bastantes años de discernimiento.
Primeros años de formación
En 2004, cuando me gradué de la escuela apostólica, entré al noviciado de los legionarios de Cristo en Cheshire, Connecticut. Recuerdo esos dos años de lucha: sabía en lo más profundo que Dios me llamaba a ser legionario, pero no lo quería. Recuerdo que pedí salir del noviciado en 2005, y el instructor dijo “Adelante”. No esperaba esa respuesta. Me eché a llorar: sabía que me iría no por un verdadero discernimiento. Y entonces dije que en realidad no quería irme. Más tarde, ese mismo año, el instructor me dijo algo que siempre me había quedado en la cabeza. Él dijo: “Dios te quiere feliz. No estás feliz aquí. Quizás deberías irte.” Me eché a llorar de nuevo. Sabía por qué no estaba feliz: estaba tratando de ser perfecto en el exterior, pero no dejaba que mi corazón cambiara, aferrándome a pequeñas cosas de las que Dios estaba tratando de desprenderme. La razón por la que no estaba feliz era yo mismo, no Dios.
Pero Dios tiene sus caminos. Hice mi primera profesión el 2 de septiembre de 2006. Los últimos meses de noviciado fueron momentos de gran crecimiento. Los dos años posteriores a la profesión, durante las humanidades, la etapa de formación donde estudiamos las humanidades clásicas fue un período de paz. Estaba feliz y estaba ocupado con algunos proyectos diferentes. Recuerdo que al final de los estudios, estaba trabajando en conectar un teléfono para una conferencia y conocí a mi futuro rector. Salí de la habitación y me topé con él. Buscaba los altares para celebrar misa y me preguntó en español dónde estaban. Dije algo así como “Por el hallway, bajo las stairs” porque mi español no era demasiado bueno. Me respondió, riéndose, en inglés: “No te preocupes. Mi inglés es tan malo como tu español”. Poco sabía que en dos meses estaría en su comunidad.
Después de completar las humanidades, en 2008 me enviaron a Roma para estudiar filosofía y trabajar en la Dirección General, la sede general de los Legionarios de Cristo. Lo pasé muy bien y realmente florecí en esos dos años. Parte de eso fue porque tuve la bendición de vivir con sacerdotes y hermanos de diferentes edades y niveles de formación. También fue en Roma donde aprendí por primera vez acerca de la doble vida de nuestro fundador, incluyendo que las serias acusaciones sobre él podrían ser ciertas y que la Legión iba a tener una visita apostólica. Recuerdo que pensé: “Ahora es el momento perfecto para salir. Nadie te cuestionaría”. Pero, nuevamente en la capilla, surgió otro pensamiento: “Genial, pero ¿dónde está Dios en esta idea? ¿Qué quiere Dios?” Y volví a sentir la certeza de que Dios me estaba llamando a ser un legionario… a donde sea que me llevara.
Después de haber trabajado en la secretaría, me sorprendió saber que para mis prácticas apostólicas iría a Atlanta para ser secretario en la Dirección Territorial de los Estados Unidos. Recuerdo que hice una apuesta con un hermano que me había dicho que iba a ser secretario. Le dije que rezaría un rosario por él si terminaba yendo a una secretaría. Estaba seguro de que no iría. Pero Dios tiene sus caminos.
Estuve muy ocupado como secretario. Supongo que hice un buen trabajo y estuve involucrado en bastantes cosas. Sentí que estaba realmente floreciendo. Además, fui secretario personal del P. Luis Garza, L.C. cuyo ejemplo sacerdotal me ha dejado un profundo impacto.
Profesión perpetua y Roma
Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; quitaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Ezequiel 36,26
Después de dos años de prácticas, hice mi profesión perpetua el 1 de septiembre de 2012 en Cheshire. Antes de profesar los votos, discerní bastante si Dios me estaba llamando a ser legionario, en medio de la crisis de la Legión. Después de mucha oración y consultas con otros legionarios, sacerdotes de otras órdenes religiosas y laicos, sentí la certeza de que sí, yo había sido llamado a ser legionario. El momento inicial de sentirse “en casa” en la escuela apostólica había madurado y resistido varias tormentas para poder saber que esto era lo que Dios quería.
Ese momento de mi profesión perpetua fue un faro para mí el año siguiente. Porque vino otra tormenta. El ajetreo de ser secretario y otras razones me llevaron a algunos meses que, según descubrí más tarde, fueron un ligero agotamiento y depresión. Fueron unos meses de cierta oscuridad y lucha. Recuerdo el alivio que sentí cuando descubrí que regresaba a Roma. Pero también supe que iba al Colegio Internacional, no a la Dirección General: era algo nuevo y masivo, con 400 seminaristas y sacerdotes en diferentes comunidades. Aunque al principio fue difícil adaptarse al tamaño y la dificultad de no de estar ocupado, ahora lo considero una gozada haber ido al Colegio. Fue una especie de nuevo comienzo. Ya no estaba enfocado en hacer cosas por Dios, más bien estaba enfocado en ser formado por Dios. Allí también, muchos hermanos fueron colocados por Dios en mi camino, un camino que no era otra cosa que un trasplante de corazón. Porque Dios obró en mi corazón.
El nuevo corazón fue una transformación de tratar de ser un religioso “perfecto” – que cumplía todo con mucho voluntarismo – a esforzarse al menos por ser un religioso que ama a Jesús y a mis hermanos; desde ser alguien que trató de aferrarse, o tener el control, a ser alguien que intenta al menos se abandona y permite ser guiado por Dios.
Recuerdo haber descubierto los libros de Henri Nouwen The Wounded Healer (El Sanador Herido) and Life of the Beloved (Tu Eres Mi Amado). Dios me habló en ellos. Otro momento importante fue cuando, en los ejercicios espirituales de un mes, descubrí por accidente a Santa Teresa de Lisieux y su espiritualidad, una espiritualidad que algunos llaman la espiritualidad de la imperfección. Dios también me llamó a experimentarlo en formas nuevas y más profundas que con la ayuda de mi director espiritual, el padre Alex Yeung, L.C. pude descubrir y responder.
Creo que es tan fácil para un anglosajón pensar sutilmente que Dios nos ama si lo amamos a él. Y lo amamos cumpliendo lo que nos manda. Pero no podemos merecer, ni mucho menos “ganar” el amor de Dios. Somos amados, incondicionalmente, a pesar y a través de todo. Este cambio de corazón, de piedra a carne, también es más tierno y duele más. Pero Dios quiere que un sacerdote sea un hombre de Dios, un hombre con un corazón de Cristo que sienta gozo y dolor.
En mi último año de teología, tuvo lugar otro evento importante. Un buen hermano y amigo, el H. Anthony Freeman, L.C., falleció repentinamente, apenas unos meses antes de su ordenación diaconal. Su muerte y su ejemplo tuvieron un profundo impacto en muchos legionarios y en toda mi generación.
Los caminos de Dios
Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe, para que, arraigados y fundamentados en el amor, podáis comprender con todos los creyentes cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que sobrepasa todo conocimiento, a fin de que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
Efesios 3,17-19
Después de terminar la teología, el 6 de agosto de 2018 fui ordenado diácono en mi ciudad natal por Mons. Michael Dooley. Fue una ceremonia muy especial y sencilla. Mirando hacia atrás durante estos 17 años desde que dejé Dunedin, recuerdo lo que escribió San Pablo a los Efesios donde dice que Dios puede hacer “muchísimo más de lo que pedimos o pensamos” (Ef 3,20). Dios nos quiere felices a cada uno de nosotros. Y él puede hacer esto en formas que van más allá de lo que podamos pensar o pedir. Estos pocos meses como diácono en Santiago de Chile han enfatizado esto. Dios es tan grande que puede cambiar nuestros corazones y mucho más. Solo nos pide nuestro sí.