Hospitales y Oraciones: ¡Una Infancia que ni el Mejor Doctor Podría Recetar
«Antes de formarte en el vientre, te conocí» (Jeremías 1,5)
Soy el P. Hans Candell, LC, nací el 27 de diciembre de 1989 y tengo 35 años. Mi vocación sacerdotal ha sido un misterio en mi vida hasta los 22 años. Crecí en el seno de una familia profundamente marcada por la medicina y la fe católica. Soy el tercer hijo de cuatro, hijo de Hans Candell y Cony de Candell, ambos médicos. Mi infancia estuvo inmersa en un ambiente de hospitales, no solo como espectador entusiasta de la labor de mis padres, sino también como paciente recurrente; nada de gravedad, pero por algún motivo u otro siempre parecía estar en el hospital. Esto influyó mucho a que desde pequeño soñara con seguir los pasos de mis padres, ayudar a la gente y servir a través del ejercicio de la profesión médica.
Mi familia fue una escuela de perseverancia, esfuerzo y fe. Aunque nuestra vivencia religiosa era la de una familia católica tradicional de misa dominical, la fe fue un pilar importante en nuestro hogar. No puedo dejar de mencionar a mis abuelos, Marina Soto y Moris y Violeta Candell, quienes, cada uno a su modo, me transmitieron valores fundamentales como la resiliencia, la perseverancia, la excelencia y el amor por la familia.
Medicina: El Plan A… hasta que Dios Tuvo Algo Mejor en Mente
«Tus planes no son mis planes» (Isaías 55,8)
Al terminar mi bachillerato, tomé la decisión natural de entrar a la Escuela de Medicina. Me fui enamorando de la carrera y del proyecto de vida que había construido en mi cabeza desde la infancia: ayudar a los demás a través de la medicina, siguiendo el ejemplo de mis padres. Disfrutaba el ritmo frenético de la universidad, las noches en vela preparando exámenes, las prácticas en el hospital y la sensación de que estaba encaminado a un futuro sólido y prometedor.
Sin embargo, en medio de mis estudios, Jesús fue irrumpiendo en mi vida de una manera nueva y transformadora. Durante esos años universitarios, tuve la gracia de conocerlo verdaderamente, pasando de ser una figura histórica a un amigo cercano y real. Esto sucedió gracias a un retiro de conversión en la Comunidad Católica El Salvador del Mundo, movimiento en el que permanecí durante siete años antes de ingresar a la Legión de Cristo. Nunca olvidaré esa experiencia; fue como si alguien encendiera una luz en una habitación que ni siquiera sabía que estaba a oscuras.
Médico de cuerpos y almas
«Ven y sígueme» (Mateo 19,21)
Cuenta la Tradición que San Lucas fue médico. Su pasión por ayudar a las personas a alcanzar la salud lo llevó a un encuentro personal y profundo con Cristo que haría que su vida tuviera un nuevo horizonte, mucho más amplio y significativo. Su convicción fue tal que cambió su bisturí por una pluma. ¡Que poco consciente era yo de que algo similar estaba por ocurrirme!
Los planes de Dios eran distintos a los míos. Él conocía mis cualidades mejor que yo mismo y me hizo una invitación inesperada: seguirlo más de cerca y entregarle mi vida por completo. La llamada surgió cuando varios amigos de mi comunidad de oración decidieron entrar al noviciado de la Legión de Cristo. Teníamos mucho en común: éramos estudiantes universitarios, con proyectos de vida bien definidos, rodeados de los mismos amigos e, incluso, en relaciones de noviazgo serias. Cuando ellos dieron ese paso, una pregunta inquietante se instaló en mi corazón: «Si ellos tienen vocación, siendo tan similares a mí, ¿es posible que yo también la tenga?» Esa simple pregunta abrió un camino de discernimiento que, aunque no fue fácil, culminó con mi entrada al noviciado en México en el verano de 2014.
Las conversaciones que tuve con Jesús en esos meses han sido de las más profundas y trascendentales de mi vida, y no me bastan las líneas en esta historieta para poder contarlas todas. No obstante, el llamado era claro: “ven y sígueme”.
Un Salto al Vacío… ¡Y Resultó Ser con el Mejor Paracaídas!
«El que deja casa, hermanos o campos por mí, recibirá el ciento por uno» (Mateo 19,29)
Decir que fue sencillo sería mentir. Dejar la medicina, los amigos, el futuro que había planeado, fue un salto al vacío. Pero en medio de todas las dudas y sacrificios, siempre hubo una felicidad y un sentido de pertenencia a mi nueva familia que no tenía explicación lógica. Con el tiempo, entendí lo que tantas veces había escuchado: que cuando uno sigue la voluntad de Dios, no significa que todo será fácil, sino que Él estará allí para sostenernos en el camino.
Los maestros espirituales enseñan que una de las señales de estar haciendo la voluntad de Dios es la paz interior, incluso cuando cuesta cumplirla. En estos casi 11 años de seguimiento fiel a esta llamada, puedo dar testimonio de que esa ha sido la mayor confirmación de mi vocación. Dios, en su infinita misericordia, me ha llamado a ser uno de sus sacerdotes, y en esa certeza encuentro la plenitud y la alegría de haber entregado mi vida a su servicio. Y aunque nunca me imaginé cambiando un estetoscopio por una estola, o el quirófano por el confesionario, puedo decir con certeza que nunca he sido tan feliz como lo soy sirviendo a Dios y a sus hijos.
Simplemente, Gracias.
«Dad gracias en todo» (1 Tesalonicenses 5,18)
Finalmente, quiero expresar mi más profundo agradecimiento a todos los que han sido parte de este camino. En primer lugar, a Dios, que por un misterio de su amor me ha llamado a esta hermosa aventura. A mis padres, Hans y Cony, cuyo ejemplo de amor, entrega y lucha han sido mi mayor escuela. A mis hermanos Luis Carlos, Violeta y Verónica, por su apoyo incondicional. A mis abuelos, familiares y amigos, quienes con su cariño, oraciones y compañía han sido testigos y pilares de mi vocación. A mis hermanos legionarios, con quienes he compartido este camino de entrega y formación, y a mis formadores y superiores, quienes han sido guías y apoyo en este proceso. Gracias a cada uno de ustedes por ser parte de este maravilloso llamado de Dios en mi vida.