La historia de mi vocación comenzó realmente cuando tenía doce años. En mi familia se sentaron las bases para ello: mi madre, proveniente de una familia católica devota cerca de Heidelberg (Alemania), estudió teología. Aunque nunca utilizó este estudio profesionalmente, influyó fuertemente en nuestra educación religiosa. Mi padre, que tenía un taller de pintura de automóviles, experimentó una conversión después de un viaje a Medjugorje.
Nosotros, seis niños, crecimos en un entorno religioso y, salvo uno de nosotros, participamos en actividades de la Asociación Católica de Scouts de Europa (KPE). En 2005 conocí más de cerca a los Legionarios de Cristo, lo que cambió mi vida. A través de campamentos de verano y reuniones de grupo, experimenté a Jesús como amigo y encontré alegría en la misa, la oración etc. Estas experiencias me ayudaron a descubrir mi vocación.
Las visitas a la Escuela Apostólica en Francia reforzaron mi deseo de ser sacerdote. En 2008 decidí entrar en la Escuela Apostólica en Alemania, donde permanecí hasta el Abitur (bachillerato). A pesar de algunos desafíos pedagógicos, este tiempo fue muy formativo. Después del Abitur, ingresé al noviciado de la Legión de Cristo y en 2014 hice los votos temporales. Mis años de formación me llevaron a México, Roma y Chile, donde adquirí valiosas experiencias y donde recibí apoyo de tantas personas, por lo que estoy muy agradecido.
Después de esta breve descripción más bien biográfica, ahora quiero abordar los temas que más me han preocupado durante estos años de formación. En primer lugar, una autoestima bastante baja en mi juventud. Combinada con una cierta timidez, estas no eran, por supuesto, buenas condiciones iniciales para actuar como apóstol y futuro sacerdote. Además, me tardé en aprender que uno debe enfrentar nuevos y atemorizantes desafíos con valentía para poder aprender de ellos. Y esto no siempre a pesar de, sino incluso a través de, los propios fracasos. Al mismo tiempo, inconscientemente había formado en mí la imagen del perfecto legionario de Cristo, que entusiasma a las masas, lanza grandes proyectos y es amado por todos, y así no soy yo en absoluto. Por lo tanto, creo que es comprensible que a veces me pareciera imposible una vida como legionario de Cristo y me preguntara más de una vez si no debería tomar otro camino. Pero no solo eso: hubo momentos de grandes dudas sobre mí mismo y una cierta desesperanza.
Pero Dios sabía cómo ayudarme en esas situaciones. Sobre todo, me recordaba una y otra vez por qué había comenzado este camino: porque había escuchado su llamado y estaba decidido a seguirlo y así servir a las personas. La conciencia de mi vocación era aún muy vaga cuando era joven, pero con el tiempo entendí mejor la obra de Dios en mí y me quedó claro: Él no quiere que siga este camino solo porque es la voluntad de Dios y uno debe cumplirla. En cambio, es un llamado que puedo seguir en total libertad, y tomar otro camino no sería para Él una razón para amarme menos o dejar de acompañarme. Así, los momentos de renovación de mis votos y, sobre todo, el momento de mi profesión perpetua se convirtieron en instancias de decisión consciente y libre de seguir el llamado de Jesús. Parte de este proceso de maduración fue descubrir que mis pensamientos deprimentes y cuestionadores definitivamente no venían de Él, sino más bien del otro lado. En esto me ayudaron especialmente mis superiores y directores espirituales y la aplicación de los principios de discernimiento espiritual de San Ignacio.
Con respecto a los (ojalá) muchos años de servicio sacerdotal que me esperan ahora, soy consciente de que, humanamente hablando, no tengo mucho que ofrecer. Pero al mismo tiempo sé que eso no es motivo para preocuparme ni para dejar que expectativas poco realistas me roben la paz. Pues Dios me ha creado por su amor infinito. Él está ahí para mí como el padre más amoroso para su hijo. Incluso me perdona los peores pecados y me ayuda cada día a ser más parecido a Él. Me ha llamado a una misión y tiene un plan que supera con creces mi imaginación. Él es fiel y está a mi lado. En su nombre lanzo las redes, confiando en que Él recogerá los peces en ellas. Doy mis cinco panes y dos peces y Él realiza el milagro de alimentar a la multitud. Y además, en el sacramento del orden es Él quien actúa, yo sólo soy su instrumento. Así que, intento ver a las personas que encuentro como lo hace Jesús, con amor y compasión. Quiero servirles como sacerdote y, si es posible, hacerles experimentar lo valiosos que son a sus ojos. Una inspiración para esta visión de mi vida la encuentro especialmente en Santa Bernardita Soubirous, sobre todo, en su tiempo como religiosa.
Es cierto que mis acciones no siempre están impregnadas por estas certezas. Sin embargo, incluso en los momentos de mayor dificultad y duda, puedo confiar en que Él, a pesar de o precisamente en mi debilidad e insuficiencia, realiza los milagros que solo Él puede realizar. ¡A Él sea la gloria por los siglos de los siglos!