Mensaje del director general de los Legionarios de Cristo por el fallecimiento del Papa Francisco.
A los Legionarios de Cristo,
Queridos padres y hermanos:
Hoy nos embarga el dolor, un dolor que se convierte en gozo a la luz de la Resurrección del Señor, por la partida del Santo Padre a la Casa del Padre. Es un dolor acompañado de tristeza, pero, sobre todo, de una gran gratitud, llena de esperanza, hacia Dios, y hacia el Papa, que ha llegado a la meta después de haber vivido y cumplido la misión para la cual fue creado.
Hace 12 años, el 13 de marzo de 2013, Dios regaló al mundo y a la Iglesia un nuevo papa, que eligió por nombre Francisco. Al salir al balcón de la Basílica, recién elegido sucesor de san Pedro, nos edificó y conmovió con sus primeras palabras, y, sobre todo, su testimonio de sencillez y humildad. Unos días después, durante la misa de imposición del palio y entrega del anillo del pescador, en la Solemnidad de San José, el papa nos recordaba cómo vivió san José su vocación y misión, como custodio de Jesús y de María: «¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total (…) En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor.»
Creo que las palabras que he citado resumen bien el legado y la huella que el santo padres ha dejado en nosotros: un papa que ha reflejado en su persona el amor cercano, tierno y misericordioso de Dios hacia la humanidad.
El día de ayer, Domingo de Pascua, fuimos testigos del amor de donación del Santo Padre, cuando, a pesar de su fragilidad y cansancio, por su estado de salud, quiso dar la Bendición “Urbi et Orbi” al Pueblo de Dios, e, inmediatamente después, recorrer por última vez la Plaza de San Pedro, llena de peregrinos, para estar cerca de sus ovejas, expresándonos su afecto y ternura, y recibiendo el cariño de las multitudes. Son imágenes que a todos nos conmovieron y que, sin duda, dejan una huella en nuestras vidas.
Hoy en la mañana, el camarlengo del Vaticano, Su Eminencia, el Card. Kevin Farrell, al anunciar, con profundo dolor, el regreso del Papa a la casa del Padre, nos decía que toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia. Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía, y amor universal, en modo particular a favor de los más pobres y marginados.
Los invito a que encomendemos el eterno descanso del Papa en nuestras oraciones. El n. 119 de nuestras Constituciones, y el n. 49 § 2 de las Normas Complementarias, nos invitan a ofrecer oraciones y sufragios por el Romano Pontífice, y, más concretamente, tres misas por su eterno descanso. Tengamos también presente al Papa en el rezo del Rosario y la Liturgia de las Horas.
Aprovecho la ocasión, padres y hermanos, para invitarlos a que en este tiempo que vivimos renovemos nuestro amor y adhesión a quien Dios elija nuevo sucesor de Pedro (cf. CLC 14, 2º). Que cada uno de nosotros se distinga siempre, como legionario de Cristo, por una fidelidad delicada a la Iglesia y al Vicario de Cristo en la Tierra, que es un eje esencial en nuestra espiritualidad. Para ello, los animo a leer la carta que les envié el 22 de febrero de 2024 sobre el amor al Santo Padre. Así mismo, oremos por los cardenales que participarán en el Cónclave, con la certeza sobrenatural de que es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia.
Deseo concluir esta carta citando el n. 24 de Evangelii Gaudium, escrito con el lenguaje propio del Santo Padre, el de un buen pastor, y que va en la línea del estilo apostólico que forma parte de nuestra identidad como legionarios; meditémoslo y hagámoslo vida, como un tributo y muestra de agradecimiento al papa Francisco:
«La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.»
Queridos padres y hermanos, sigamos unidos en oración a Jesucristo y a María, Madre de la Iglesia, como familia espiritual.
Suyo en Cristo y la Legión,
John Connor, L.C.
Director general