Evangelio: Mt 5,1-12
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Alegraos y regocijaos, porque su premio será grande en los cielos.
Fruto: Renovar mi compromiso bautismal de ser santo.
Pautas para la reflexión:
Celebramos hoy la festividad de todos los santos. Tal vez tenemos muy presente en este día, y el siguiente, la conmemoración de los difuntos; recordamos de modo especial a nuestros familiares y amigos que han fallecido. Pero el contenido principal de esta fiesta es alegrarnos con la innumerable multitud de santos que hay en el cielo y olvidamos y renovar nuestro deseo y nuestro compromiso de ser santos.
1. La innumerable multitud de los santos
Leemos en el libro del Apocalipsis que detrás del Cordero (de Cristo) iba una multitud innumerable, que nadie podía contar; los que habían lavado sus vestidos en la sangre del Cordero. Esta imagen simbólica representa la multitud de almas que han alcanzado el cielo, que han respondido con su fidelidad a la redención que Cristo les ofrecía. Y todos estos, todo aquel que llega al cielo, es un santo. Éste es el sentido de la fiesta de hoy: celebrar, en un mismo día, a todos aquellos que han alcanzado la salvación, a lo largo de estos dos mil años de cristianismo. Son los santos «anónimos», de los que ni siquiera conocemos el nombre: la mujer que ha vivido entregada a su familia, desgastándose por sus hijos, el hijo obediente y dócil a sus padres, el trabajador sencillo, honrado y coherente, el empresario que ama a sus trabajadores y se preocupa por ellos… Una multitud anónima de personas que han vivido haciendo el bien, en muchos casos sin apenas ser conocidas. Personas santas, que han santificado a cuantos les rodeaban.
2. ¿Qué es la santidad?
Todas estas personas, ¿por qué son santas? La respuesta es sencilla: han cumplido su deber, han amado a Dios y al prójimo, cumpliendo los dos principales mandamientos: «Amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu cuerpo, y amar al prójimo como Cristo le ama». Esa es la santidad, y a eso estamos llamados todos los cristianos. Santo no sólo es aquel que hace milagros, que se pasa horas de rodillas en una Iglesia, con los ojos en blanco; santo es, simplemente, el que ama a Dios y al prójimo.
3. Mi llamada a la santidad
El día de nuestro bautismo, nuestros padres y padrinos, en nombre nuestro, prometieron a Dios el esfuerzo por amarle en nuestra vida, renunciando a las falsas seducciones del demonio. En la Vigilia Pascual, la noche del Sábado Santo, renovamos esos mismos deseos de amar a Dios, de ser santos. Pero tal vez con el paso del tiempo, nos olvidamos de lo que prometimos a Dios. Nos pasa como al niño pequeño, que promete a su mamá portarse bien, y a los cinco minutos ya ha hecho otra travesura. Pero Dios nos conoce, sabe que somos débiles, que la inercia del día, el cansancio… nos hacen olvidar nuestro propósito de amarle sobre todas las cosas. Él quiere que, conociendo nuestra debilidad, caminemos día a día por acercarnos más a Él. Sabe que va a haber caídas, fallos, debilidades, pero lo principal es levantarse.
Propósito: Renovaré mi deseo de ser santo, viviendo la caridad cristiana especialmente en mi familia.