En el día de la Solemnidad de San José, y en el Año dedicado al Santo por petición del Papa Francisco, el P. John Connor, LC, director general de los Legionarios de Cristo, envía la siguiente carta a todos los miembros de la Congregación sobre la figura de San José resaltando algunas de las virtudes a la que los legionarios están invitados a seguir.
¡Venga tu Reino!
Roma, 19 de marzo de 2021
San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María
A los legionarios de Cristo:
Muy estimados en Jesucristo:
Les hago llegar un saludo muy cordial desde Roma en este tiempo de Cuaresma, en el que nos preparamos para vivir fervorosamente, unidos al Señor, los misterios de su pasión, muerte y resurrección, junto con toda la Iglesia.
Como saben, en el 150 aniversario de la proclamación de san José como Patrono de la Iglesia universal, el Papa Francisco ha proclamado un año especial dedicado a san José «para perpetuar la dedicación de toda la Iglesia al poderoso patrocinio del Custodio de Jesús… en el que cada fiel, siguiendo su ejemplo, pueda fortalecer diariamente su vida de fe en el pleno cumplimiento de la voluntad de Dios» (Decreto de la Penitenciaria Apostólica, 8 de diciembre 2020). El Santo Padre ha otorgado particulares indulgencias para este año jubilar de modo que los fieles puedan recibir gracias más especiales, por la intercesión de san José, en medio de las tribulaciones humanas y sociales que afligen al mundo.
Por ello, les escribo esta carta con el fin de invitarles a aprovechar este periodo de gracia que nos ofrece la Iglesia y de este modo renovar también nosotros como legionarios la devoción que debemos profesar a quien, junto a san Miguel Arcángel, es nuestro principal protector (CLC, 7).
Teniendo delante de los ojos la figura de san José, quisiera que él nos inspirara en algunas virtudes cristianas que son además típicamente legionarias, y así ayudarnos a vivir nuestra vocación a la santidad y nuestra misión de extender el Reino de Cristo en el mundo.
1. El Papa Francisco en su carta apostólica Patris Corde, escrita con motivo de los 150 años de San José como Patrono de la Iglesia universal, lo presenta como modelo en su dedicación total al servicio de su vocación y misión específicas. «La grandeza de San José consiste en el hecho de que él fue el esposo de María y el padre de Jesús» (Patris Corde, 1); vocación y misión que él aceptó con todo el corazón acogiendo por entero el designio salvífico del Señor. San José vivió su vocación como un servicio, un servicio al misterio de la Encarnación, haciendo de su vida un don total de sí mismo a Dios, a través de la entrega diaria a Jesús y a María. Su existencia fue una donación incondicional de su ser, de sus capacidades y de sus haberes, para ponerlos a disposición del plan de amor misericordioso que el Padre le había confiado.
El ejemplo de san José nos invita también a nosotros a darnos por completo, movidos siempre por el amor, a nuestra propia y especifica vocación y misión. Sabemos que la ofrenda de nuestra vida se vive día a día en la aceptación amorosa de la tarea que nos confía la obediencia. El Señor le pidió a san José donarse y cuidar a Jesús y a María en el silencio, en el trabajo y en la oración. Su vida no fue muy llamativa frente a los hombres. Ejercía su profesión con laboriosidad y perfección, y todo lo hacía buscando el mayor bien de su hijo y de su esposa. Fue en el cumplimiento fiel de esta misión confiada por el Padre celestial donde san José, secundando la acción del Espíritu Santo, realizó su propia santificación.
También a cada uno de nosotros, el Señor nos ha confiado en la Legión una misión apostólica, o estamos en una etapa concreta de formación camino del sacerdocio. Es ahí donde nos hemos de santificar y es ahí donde se realiza nuestra propia donación. Lo que importa no es tanto el puesto que cada uno ocupe, sino el espíritu y el amor que pone en aquello que le corresponde hacer para el bien de la misión común. San José vivió la suya en la caridad, olvidándose de sí mismo, con gran paz interior, sabiendo que su vida era agradable al Padre, mientras contemplaba con asombro cómo Jesús iba creciendo en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres (cf. Lc 2, 52). Él sabía que su vocación, como la de san Juan Bautista, requería que él quedara en penumbra para que Jesús iluminara con su gracia a todos los hombres.
Desconocemos muchas vicisitudes concretas de cómo se desarrolló la vida de san José, pero lo podemos imaginar muy cercano a Jesús, acompañándolo a la sinagoga, introduciéndolo en el mundo del trabajo, abriéndolo a las relaciones sociales propias de su edad y de su tiempo. Su vida giraba en torno a Jesús y a María. Lo que le importaba era el bien y la educación de Jesús y agradar en todo a María, su esposa amada, por encima de los propios gustos o intereses. Él supo ser el grano de trigo que murió para dar abundante fruto en la vida de la Sagrada Familia.
La figura de san José nos estimula a hacer presente el Reino de Dios en el mundo, muchas veces en lo oculto, en el silencio, con humildad y sencillez, entregándonos siempre de manera consciente y animosa a los demás, a la Iglesia, a la Legión y al Regnum Christi (cf. CLC, 18).
2. San José fue el padre legal de Jesús. Movido en sueños por la revelación de un ángel para aceptar a María como esposa, él renunció a la paternidad biológica para asumir una paternidad espiritual con relación a Jesús. Tal renuncia a la paternidad biológica es la que también hacemos nosotros, llamados por Dios a una vida célibe y casta por el Reino de los cielos (cf. CLC 27, 3º y CVV 176 y 178). También la nuestra es una verdadera paternidad espiritual, que es capaz de generar, gracias a la fe y a la fuerza del amor oblativo, a muchos hijos para el Reino de los cielos (cf. CVV 73).
Hoy el mundo necesita padres espirituales que, como san José, reflejen el rostro del Padre; que guíen a los hijos por los caminos de la vida, tan tortuosos y complicados a veces; que den paz, confianza, firmeza, seguridad. Dios nos llama a ser padres, es decir, educadores, formadores en la fe, en la esperanza y el amor; pastores que conducen y acompañan con sabiduría, prudencia y decisión a los demás, para que alcancen la plenitud vocacional en su propio estado de vida.
Nuestra paternidad requiere una formación profunda y madurez afectiva, un continuo velar por el bien de los hijos, un saber sacrificarse por ellos y estar a su lado cuando lo necesiten.
El sacerdote está llamado a representar en medio al pueblo de Dios la paternidad divina, ejerciendo la autoridad propia del amor. Por esto debe asumir un papel de responsabilidad, que requiere tomar, cuando sea necesario, las justas decisiones para el bien de sus hijos. El padre espiritual debe indicar a los hijos el camino de la salvación, ha de ser el buen pastor que camina delante de sus ovejas. Paternidad, bondad y exigencia responsable bajo la acción del Espíritu Santo, que ilumina, guía y fortalece en esa elevada misión.
El amor del padre es el culmen del amor, y nosotros mismos experimentamos este amor. Somos amados por Dios con amor de Padre. Jesús veía reflejado en su padre terreno el rostro del Padre divino. Nosotros estamos llamados también a amar con amor de Padre a las almas. El amor paterno, al mismo tiempo que apoya, sabe dejar la debida libertad al hijo; el padre que ama a su hijo no lo exonera de su tarea, sino que lo lanza a asumir la libertad con responsabilidad y madurez.
Pongo en manos de san José y a él le confío la paternidad espiritual de los legionarios. Que san José nos conceda contar con nuevas generaciones de legionarios que asumen con alegría y responsabilidad su misión de padres espirituales, humildes, entregados con amor apasionado como lo hizo él.
3. Modelo de fe. San José, nos dice el Evangelio de San Mateo, era un hombre justo (Mt 1, 19). El hombre justo, en la visión bíblica, es aquel que cumple los mandamientos del Señor; en primer lugar, el mandamiento de amar a Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas (cf. Dt 6, 4). El justo cumplía también los otros preceptos de la Ley de Moisés. Pero no era un mero cumplimiento exterior, sino un acto de amor y de fe al Dios de la Alianza. El justo vive de fe, vive de la obediencia en la fe. Así vivió san José su vocación y su misión: en la fe. Él, que era el custodio y depositario, junto con María, del misterio de Dios Encarnado, tuvo que vivir su vocación en el claroscuro de la fe, como peregrino en la fe hacia la meta eterna.
Siendo depositario del misterio divino, era al mismo tiempo protagonista de su realización en la historia: «San José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios y, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina anunciación» (Redemptoris Custos, 5). Él tuvo que vivir en la fe no sólo la aceptación extraordinaria de la maternidad divina de María, el viaje a Belén, el nacimiento en la gruta, la adoración de los pastores y de los reyes de Oriente, la huida a Egipto, el largo proceso de vida oculta en Nazaret de su Hijo; sino también las ocasiones cotidianas de fe en ese contacto continuo con Jesús que, por un lado, parecía en todo un muchacho normal, pero en el que se escondía el misterio de la Encarnación redentora.
En nuestra vida cristiana, religiosa y sacerdotal, no nos faltan ocasiones para vivir la fe. Desde el mismo nacer de la vocación divina, que se acoge en la fe, hasta las diversas etapas formativas y el ministerio sacerdotal, toda nuestra vida es un ejercicio de fe. Sin la fe es imposible agradar a Dios y tampoco es posible perseverar en una vocación como la nuestra, en la que las motivaciones profundas, los grandes ideales que nos mueven, pertenecen al mundo sobrenatural. Este vivir desde la perspectiva de la fe hará que en ocasiones nos hallemos en posiciones contrarias a una visión mundana, terrena, propia de quien considera las cosas sólo a la luz de la razón, sin la dimensión amplia y luminosa que irradia de la fe.
No es que san José, como buen padre y esposo, no haya debido usar sus talentos humanos, su experiencia humana, su razón humana para vivir su propia misión. ¡Claro que lo tuvo que hacer! Pero no le hubiera bastado este nivel meramente humano; tuvo que elevarse a ese nivel superior de la fe, que sabe completar la realidad desde la perspectiva de Dios.
La fe supone un gran abandono de nosotros mismos, porque en el fondo nos tenemos que fiar de Dios, dar crédito a sus planes. Así tuvo que hacer san José al aceptar las revelaciones del ángel que le pedían acoger a María como esposa o huir de modo precipitado a Egipto. La fe es un desapego del propio juicio en favor de una visión más honda, más profunda, más misteriosa, propia de quien mira y afronta las diversas realidades de la vida desde Dios.
Que San José nos ayude a los legionarios, en este momento de nuestra historia, a ser hombres de fe como lo fue él. Nuestra vida es también un peregrinar en la fe, un mirar más allá de nuestras propias aspiraciones personales, para acoger un plan divino que no siempre entendemos, pero que es más grande y bello de lo que nosotros hubiéramos podido pensar. Que san José nos conceda en este año dedicado a él, una fe más viva, más operante, más luminosa, más anclada en Dios.
4. Su valentía creativa. San José afrontó su vida con valor y decisión y, al mismo tiempo, con responsabilidad creativa. El Papa Francisco llama a esta serie de virtudes que vivió san José, como responsable de la vida de su hijo Jesús y como esposo de María, «valentía creativa». Él tuvo que afrontar las diversas situaciones de la vida de Jesús con ánimo valeroso, decidido, y con espíritu creativo. No le fueron dadas recetas previas, que bastaba con aplicar. Tuvo que enfrentar las decisiones que se le presentaban a diario buscando el bien de la Sagrada Familia con valor, con decisión, con inteligencia creativa.
En medio de las incertezas que el Padre permitió en los primeros años de la vida terrena de Jesús, «el cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre, que cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7). Ante el peligro inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14)» (Patris corde, 5).
Como toda familia, la de Nazaret tuvo que afrontar numerosos problemas concretos, como los que han afrontado nuestras propias familias, como los que están afrontando ahora las familias en medio de las dificultades de la pandemia, como los que afrontan las familias de los emigrantes, de los que viven en situación de penuria o de conflicto. San José iba resolviendo día a día los problemas que se le presentaban y lo hacía con valentía, con decisión, sin acobardarse. Seguramente que pudo haber sentido el miedo de que los acontecimientos se le fueran a escapar de las manos, pero poseía el valor propio de los que confían en la Providencia y saben que no faltará nunca la ayuda necesaria que el Padre da a sus hijos. Las diversas circunstancias humanas que se iban presentando, san José las asumía con ánimo audaz y con imaginación creadora, con la fantasía propia de la caridad, con ese plus de imaginación que da el amor en todas las cosas que toca.
Nuestra vida de hombres consagrados a una misión apostólica requiere también de mucho valor creador, de audacia emprendedora. Los retos que presentan las obras apostólicas, el llevar a cabo la realización de la misión común, junto a las demás ramas y a los miembros laicos el Regnum Christi, pide también de nosotros una gran energía, un espíritu decidido y audaz, que no se intimide ante las dificultades, que no se atemorice ante los fracasos, que persevere en su intento de hacer llegar el amor de Cristo a nuestras sociedades secularizadas. Aunque sabemos que la acción de la gracia es siempre previa y prioritaria, nuestra colaboración es necesaria. Nuestro trabajo, a veces silencioso como el de san José, pero bien hecho y, sobre todo, ofrecido por amor, estará contribuyendo como sólo Dios conoce, a la extensión del Reino de Cristo en los corazones de los hombres.
La valentía creadora se manifiesta de modo especial allí donde surgen especiales dificultades u obstáculos: «Las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener» (Patris corde, 5). Todos somos conscientes de los grandes retos que nos esperan en la realización de nuestra tarea apostólica. Frente a esos retos, en lugar de perder el ánimo, hay que saberlos afrontar con serenidad, decisión, realismo, humildad; no sólo con una actitud de defensa, sino también con esas «armas» de Dios de las que habla san Pablo: la verdad, el celo, la fe (cf. Ef 6, 13) y esa «espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Ef 6, 17).
La Legión y el Regnum Christi siempre se han caracterizado por su ardor misionero, por dar un impulso evangelizador a las obras que emprenden, por tener la valentía creativa ante los desafíos de una cultura moderna a veces hostil al Evangelio. Con humildad sincera estamos llamados en esta etapa de la historia a vivir esta virtud de la valentía creativa (cf. CVV 326). Pidamos a san José que nos ayude a cumplir nuestra misión con el mismo espíritu de audacia y de imaginación creadora con que vivió él. Esa misión, aunque llena de retos, la podremos realizar siempre que nos guíe «esa misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia» (Patris corde, 5).
5. El beato Pío IX proclamó a San José Patrono de la Iglesia el 19 de marzo de 1870. No eran tiempos fáciles para la Iglesia y, precisamente, en esas circunstancias, el Papa pensó en la figura de san José como especial protector y patrono de la Iglesia. Por la sublime dignidad de ser padre legal de Jesús y esposo de la Virgen Maria, por haber compartido tantos años de vida con Jesucristo, por la sublime dignidad que Dios le confirió, «la Iglesia siempre tuvo en sumo honor y alabanza al Beato José, después de la Virgen Madre de Dios, su esposa, e imploró su intervención en los momentos difíciles» (Papa Pío IX, Decreto del 8 de diciembre de 1870).
San José nos ayudará, en las peculiares circunstancias del momento presente, a ejercer también esa labor de custodia en favor de la Iglesia, que cada uno está llamado a realizar desde su propia posición. El mejor modo de custodiarla es amarla de modo personal y apasionado, poniéndonos a su servicio y viviendo la conciencia de la propia misión dentro de ella (cf. CLC 14).
La adhesión a la Iglesia y al Papa han caracterizado la espiritualidad de la Legión y han sido determinantes en nuestra historia reciente para poder superar los períodos difíciles del pasado. Con espíritu de hijos agradecidos, pongamos con sencillez los dones específicos que nuestro carisma puede aportar en estos momentos. Seamos al mismo tiempo hijos fieles y agradecidos. Nunca dejemos de vivir nuestra relación filial y de obediencia en relación con el Santo Padre, alimentándonos de su Magisterio y viviendo en profunda comunión espiritual con él. Sabemos que en el Sucesor de Pedro tenemos una guía segura para seguir en nuestro camino de renovación institucional. No dejemos de encomendarlo en nuestras oraciones y de fomentar el espíritu de comunión con él y con toda la Iglesia.
6. Especial protector de la Legión. San José no es sólo patrono de la Iglesia, sino también patrono y especial protector de la Legión, junto a San Miguel Arcángel (cf. CLC 7). También nosotros necesitamos esa especial protección de quien supo custodiar como sublime tesoro la familia de Nazaret. Esta gran familia y cuerpo apostólico de la Legión y del Regnum Christi necesitan la especial protección de san José, la presencia maternal de María y la defensa aguerrida de san Miguel Arcángel.
Por ello propongo a todos los legionarios a san José como modelo de virtudes cristianas, especialmente las que hemos señalado: actitud de servicio a la misión, paternidad espiritual, espíritu de fe, valentía creadora y amor a la Iglesia y a la Legión. Sugiero además a los diversos territorios y comunidades que, en este año dedicado a san José, realicen iniciativas diversas para fomentar la devoción y cultivar una auténtica y profunda amistad con el santo patrón de la Iglesia y de la Legión. Son muchas las iniciativas que se podrían realizar: desde colocar una estatua del santo en la capilla o en algún lugar honorable de la casa, predicar retiros espirituales para la comunidad o para el Regnum Christi sobre él, promover oraciones en su honor, realizar jornadas de estudios sobre espiritualidad o teología torno a su figura, etc. Estoy seguro de que no faltarán iniciativas para celebrar, como la Iglesia lo desea, este año jubilar dedicado a san José.
Por mi parte, confieso que le tengo una especial devoción a la imagen de san José durmiente, que acompaña también al Papa Francisco desde su juventud, y que representa el abandono en las manos providentes de Dios, quien sabe actuar en el modo más conveniente a través de su Providencia, cuando las sorpresas divinas se presentan en nuestras vidas y necesitamos una especial iluminación de lo alto.
Al Papa Francisco le impresionó la oración de un viejo misal francés que resaltaba el especial poder de san José para poder realizar cosas que parecen imposibles. Santa Teresa de Ávila lo tomó por abogado especial y ella afirmaba no acordarse de haberle suplicado nada que él no se lo hubiera concedido (cf. Libro de la Vida 6, 6). A este santo, con el que Jesús y María tuvieron tanta cercanía y familiaridad y que ocupó un lugar tan grande en su corazón, encomendamos a la Iglesia, a la Legión, a todo el Regnum Christi y nuestra propia vocación religiosa y sacerdotal. Él, el hombre justo, hombre contemplativo y de silencio orante, nos guíe en nuestra vocación al amor y a la santidad y en nuestra misión de hacer presente el Reino de su hijo Jesús en la sociedad.
En este año jubilar, estamos invitados a pedirle gracias particulares; el Santo Padre nos ha compartido, en su carta apostólica Patris Corde, una hermosa oración que podemos hacer nuestra:
«Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.»
Deseándoles un buen camino de Cuaresma, acompañando a Cristo hacia la Pascua, me despido de ustedes, afectísimo en Jesucristo,
John Connor, LC
Director general