Carta del P. Eduardo Robles-Gil, LC para la solemnidad de Cristo Rey 2015

¡Venga tu Reino!

4 de noviembre de 2015

A los miembros del Movimiento Regnum Christi
con ocasión de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo

Muy estimados en Cristo:

Celebraremos dentro de algunos días la solemnidad de Cristo Rey en el marco del 75º aniversario de la fundación de la Legión y del Regnum Christi. Hemos rezado a Dios por décadas con esa petición que Él mismo nos enseñó: ¡Venga tu Reino! ¡Cristo, Rey nuestro, venga tu Reino! (cf. Mt 6, 10).

Hoy, en estas circunstancias históricas nuestra petición debe ser más insistente, más convencida, si es posible. Queremos que Cristo reine en nuestros corazones, en el de nuestras familias, en nuestros equipos y secciones, en nuestros apostolados y que a través de nuestra oración y de nuestro apostolado, Él se haga presente y reine en las vidas de las personas y en la sociedad.

Ésta es nuestra oración, esto es lo que le pedimos hoy con insistencia. ¡Que venga tu Reino a mi corazón! Ciertamente esto lo pedimos con amor cada vez que rezamos el Padre Nuestro, cada vez que hacemos una jaculatoria. Y lo hacemos con mucha confianza.

Pero es necesario pasarlo de los labios a la vida, asegurarnos de que sea un deseo profundo y muy real. Para hacerlo, podemos preguntarnos qué significa que venga Jesucristo como rey a nuestra vida, a nuestro corazón. Significa que tome posesión de nosotros, como un rey toma posesión de su reino.  Puede ser que tome nuestro corazón después de una o varias batallas contra nosotros mismos, puede ser que sea un rendirnos pacíficamente. Pero toma posesión. «Me sedujiste y me dejé seducir…» (Jr 20,7).

Siguiendo las lecturas de la solemnidad de Cristo Rey, les dejo algunas reflexiones sobre lo que significa que el Reino de Cristo llegue a nuestra vida.

1. «Aquél que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino» (Ap 1, 6)

La experiencia vivida del amor que Dios nos ha tenido se encuentra a la raíz de nuestra vocación al Regnum Christi. Este amor misericordioso no es una realidad abstracta, sino que se hace presente en la historia, en la de cada uno y en la de todo el Movimiento, con manifestaciones muy concretas. Basta abrir los ojos y pedir el don de la fe para reconocer la mano amorosa de Dios en los años felices y en los momentos oscuros, que nos va guiando con suavidad y firmeza. Y es que la misericordia tiene un rostro: Jesucristo, nuestro Rey y Señor.

Él ha querido bajar hasta nuestra pequeñez, a nuestra existencia, que a veces puede parecer gris y sin sentido, para descubrirnos su misericordia infinita. No ha escatimado nada para hacernos entender el amor que experimenta por cada uno de nosotros: ha derramado su sangre generosamente, hasta la última gota.

Él nos levanta y no sólo nos limpia, sino que asume sobre sí nuestra pobreza y nos hace partícipes de su misión. Nos ha convertido en un reino, en pueblo de su propiedad. Y, por puro amor, nos invita a emprender acciones y a crear instituciones a través de las cuales este reino se instaure en los corazones de los hombres, de las familias y de la sociedad. Quiere que lo hagamos en lo concreto de nuestra historia, que seamos signo de la presencia de su reino en el mundo, confiados más en su gracia y en su elección que en nuestras propias fuerzas.

2. Mi reino no es de este mundo (Jn 18, 36)

Jesucristo ha venido a instaurar un reino distinto a los reinos de este mundo, que son temporales y caducos. El suyo es un «reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz», como nos recuerda el prefacio de esta fiesta. Por lo mismo, tiene unos criterios distintos a los criterios del mundo.

Hoy todos los cristianos recibimos la invitación de Jesucristo a dar testimonio de nuestra adhesión a Él y a la Iglesia. No se trata sólo de «darle tiempo» al Señor, quizás a través de la oración o del apostolado, sino de «darle el corazón». Es decir, no son sólo las muchas actividades las que proclaman la presencia del reino que ya está presente entre nosotros (cf. Lc 17, 21), sino la coherencia de vida con nuestra vocación cristiana y la ilusión y generosidad con las que nos entregamos, en lo concreto, para corresponder al amor de Cristo, dándole el primer lugar en nuestras vidas y amándolo en el servicio a nuestros hermanos.

Es verdad, vivir hoy con coherencia y contracorriente no es una tarea fácil. Pero precisamente por eso el testimonio que podamos dar de la misericordia divina y de la verdad que nos hace libres podrá ser más elocuente. Y por eso le pedimos al Señor que nos conceda esta gracia y que ésta dé fruto en nosotros.

A veces podemos describir lo que pasa en la realidad sólo con lo que vemos con nuestros ojos, y es una descripción real, externa. Pero se puede también describir la realidad incluyendo nuestros deseos y proyectos, se puede describir la realidad presente como algo en movimiento, en transformación, con una finalidad que no es de este mundo. Y esa descripción también es real. Es aceptar que Cristo Rey con su providencia está presente y activo en el mundo, actúa directamente con su gracia y también indirectamente con sus apóstoles y a través de los corazones y acciones de sus apóstoles. Viene al mundo e instaura su reino en los corazones de las personas y a través de las personas en otras personas, en las familias y la sociedad. Un reino de presencia de Dios, de gracia, de justicia, de amor y de paz.

Describir la realidad desde Dios que quiere reinar y que está actuando es ver no sólo con los ojos del cuerpo sino con fe, esperanza y amor. Con la fe vemos que Dios está presente, que actúa, que nos llama y sigue llamando operarios a su mies. Vemos y sentimos el corazón de Cristo crucificado, entregado por amor a nosotros, y compartimos sus sentimientos. Viene a nuestra mente y nos hace ver nuestra vida también como una misión, viene a nuestro corazón y nos ayuda a amar como él. Nos llena de esperanza y confiamos: Estoy y estaré con ustedes todos los días (cf. Mt 28, 20). Con esperanza, los deseos se hacen proyectos y las dificultades se convierten en oportunidades de amar.

3. Tú lo has dicho, soy Rey (Jn 18, 37)

Ante un reino que no es de este mundo y que está siempre en construcción, es fácil que hoy muchos nos dirijan a los cristianos una pregunta escéptica respecto a Cristo, como la que le hizo el mismo Pilato: «¿Cristo es rey?» (cf. Jn 18, 37).

Nosotros conocemos la respuesta. De hecho, la proclamamos cada vez que decimos nuestra jaculatoria: «¡Cristo Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!». Pero el mundo hoy no cree tanto en los maestros sino en los testigos, en quienes dan prueba con su vida de que el Señorío de Jesucristo es una realidad vivida cada día.

Quizás esta fiesta sea una oportunidad para hacer que el Regnum Christi sea un movimiento aún más abierto y acogedor, donde más personas puedan entrar en contacto con el amor de Dios. En donde sabemos que Cristo nos ha lavado los pies y el alma, y por esa experiencia de la misericordia divina, queremos que otros puedan experimentarlo a través de nuestro servicio desinteresado. ¡Qué hermoso sería que en cada localidad, por nuestros apostolados pudiéramos practicar más conscientemente las obras de misericordia corporales y espirituales!

Somos conscientes de que la familia sufre una fuerte crisis a nivel mundial. Conocemos el evangelio de la familia que la Iglesia proclama y sabemos que es contrario en muchos aspectos a la mentalidad del mundo. Busquemos que cada miembro del Regnum Christi pueda dar testimonio del aprecio a la familia. Fomentemos iniciativas que acompañen a los novios que se preparan para el matrimonio, a los recién casados, a quienes están descubriendo el milagro de la paternidad y la maternidad. Acompañemos con compasión y sumo respeto a las familias en dificultad y a quienes viven situaciones familiares difíciles de resolver. Oremos juntos por la familia y oremos también por la caridad y unión entre los miembros de nuestra familia espiritual. No tengamos miedo de anunciar con convicción y misericordia la verdad de Dios sobre el amor matrimonial y la familia y demos así testimonio con la vida ante el mundo de que Jesucristo es rey.

Viendo la escena evangélica y el diálogo entre nuestro Señor y Pilato, golpea el hecho de que Jesucristo no parece rey según los criterios del mundo. Su corona es de espinas. Parece más bien débil y fracasado. Pero precisamente así nos enseña que lo más importante para proclamar su grandeza y su domino sobre todo el universo, no está en grandes éxitos según el mundo, sino en hacer siempre la voluntad del Padre por amor. Es un reino de amor y de gracia.

Este año contamos también con la gracia de la indulgencia plenaria que nos ha concedido el Papa Francisco para esta fiesta, no sólo a los miembros seglares, a quienes San Juan Pablo II la concedió habitualmente, sino también a los legionarios y miembros consagrados. Igualmente, se ha preparado una novena rica en textos de la Sagrada Escritura, que puede mover el corazón para celebrar como familia esta fiesta.

Pido a la Santísima Virgen, Reina de los apóstoles, que nos alcance la gracia de ser más conscientes de que Jesucristo nos ha amado para que seamos germen de su reino en este mundo y demos testimonio de la Verdad, que es él mismo. Que ella nos ayude a mostrar el amor misericordioso de Dios a nuestros hermanos, especialmente a las familias.

Cuenten con mis oraciones y les pido un recuerdo en las suyas,

Eduardo Robles-Gil, LC


Anexo: Novena de Cristo Rey

(La carta del P. Eduardo se puede descargar en formato pdf en este enlace).