Carta para la cuaresma del Año de la Misericordia
¡Venga tu Reino!
8 de febrero de 2016
A los miembros y amigos del Regnum Christi
con motivo de la Cuaresma del Año jubilar de la Misericordia
Muy queridos amigos:
Al convocar el Jubileo de la Misericordia, el Santo Padre nos invitaba a vivir la Cuaresma como un momento fuerte para celebrar y experimentar la Misericordia de Dios (cf.Misericordiae vultus, 17) y nos recomendaba que nos dejáramos interpelar por la Palabra de Dios para que ésta nos transforme en apóstoles que descubran a sus hermanos, con obras y palabras, el amor que Jesucristo les tiene.
Como es tradición en el Regnum Christi, me dirijo a ustedes para ofrecerles algunas reflexiones que puedan servirles para vivir más plenamente este período cuaresmal de conversión y también para asegurarles mis oraciones por ustedes, sus familias y comunidades.
El Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización ha publicado unos subsidios para este año jubilar que se recogen en el libro Misericordiosos como el Padre, que se ha editado en varias lenguas. Ahí he podido encontrar algunas luces que guiarán las ideas de esta carta, especialmente en la sección sobre las parábolas de la misericordia. Concretamente, quiero fijarme en la parábola del rico y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31), que se proclamará en la misa del jueves de la segunda semana de Cuaresma.
Tiempo para la misericordia
Jesucristo resalta en esta parábola el contraste entre el rico que se viste como un rey y que tiene abundante alimento y Lázaro, quien está prácticamente vestido por sus llagas y que no recibe ni las migajas que caen de la mesa del rico. El primero es un hombre con grandes habilidades, con talentos para hacer crecer su patrimonio, para establecer relaciones con personas que pueden ayudarle. El segundo es un pobre hombre, que parece ser invisible para el rico y quienes pasan a su lado.
El ritmo casi frenético de vida que a veces llevamos puede tener un efecto parecido en nuestras vidas. Quizás estamos preocupados por muchas cosas. Vivimos con constantes desafíos para mantener el difícil equilibrio entre nuestra vida familiar, laboral, académica y social. Las mil y una cosas que hay que hacer para sacar adelante una familia y, en no pocos casos, para llegar al fin de mes, pueden absorber toda nuestra atención y hacer que los demás y sus necesidades poco a poco se vayan volviendo invisibles. Corremos el riesgo de dejar de ver incluso a los que nos son más cercanos y amamos, como un esposo, una esposa, unos hijos, un amigo, un compañero de trabajo, un empleado. Y qué decir de un desconocido que se cruza con nosotros cada mañana en la estación del metro o camino del trabajo o la escuela. De todos ellos podemos ser prójimos. Quizá estamos tan metidos en nuestras cosas que no tenemos tiempo para ellos.
La parábola me hace pensar que Dios ve las cosas de manera muy distinta. La Sagrada Escritura no nos revela el nombre del rico, quien se llevaba atenciones y tiempo de muchos. En contraste, el Evangelio llama por su nombre hasta cuatro veces al pobre ignorado por las personas importantes. ¿No habrá en este silencio una invitación a todos nosotros a abrir los ojos para ver el mundo como Dios lo ve? ¿No querrá el Señor que aprovechemos esta Cuaresma para examinarnos en la atención que damos a nuestros hermanos para que podamos convertirnos y creer de verdad que todo lo que hagamos por ellos se lo hacemos a Él?
Yo creo que esta Cuaresma el Señor nos invita a dejar de lado lo que nos encierra en nosotros mismos para poder tener tiempo para la misericordia. El rico del evangelio quiso ser misericordioso cuando ya no tenía tiempo para ello. Nosotros hoy tenemos la oportunidad de amar mejor que antes.
Las obras de misericordia
En la bula para el Jubileo, el Papa nos invita a reflexionar sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Incluso, en la indulgencia plenaria que nos ha concedido por nuestro propio año jubilar, el Papa ha querido asociar esta gracia a la práctica de las obras de misericordia. Y si lo hace es porque desea despertar nuestra conciencia de apóstoles, que puede a veces estar aletargada ante el drama de quienes sufren, de los pobres, de los rechazados, de los enfermos (cf. Misericordiae vultus, 15).
¿Quién de nosotros no ha podido experimentar la profunda alegría de poder servir a nuestros hermanos: cuidar de un familiar enfermo, aconsejar a una persona atribulada, consolar al triste, visitar a un preso, alimentar a quien tiene hambre o vestir a quien tiene frío, compartir el mensaje del Evangelio? A través de estas acciones, que nos exigen siempre olvidarnos de nosotros mismos, el Señor va haciendo presente su Reino en el mundo. Nos permite a todos reconocer en los necesitados a un hermano nuestro que merece nuestro cariño y nuestra compasión, y a veces incluso nuestra capacidad de perdón.
Tal vez el rico de la parábola también usó su dinero para cosas buenas. Sin embargo, estaba tan ocupado en sus cosas que no se involucraba directamente en hacer el bien a personas concretas. Así, se fue enredando en mil cosas que le fueron cautivando el corazón hasta no poder responder ante esa pregunta que el Señor hizo a Caín al inicio de la historia: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4, 9).
Un padre legionario me contó recientemente que al inicio de su ministerio a veces se iba con jóvenes del Regnum Christi y precandidatos de nuestro centros vocacionales a un hospital de enfermos incurables para ofrecerles los sacramentos y un poco de cariño y compañía. Y me decía con algo de emoción que ahí se dio cuenta de que él no estaba ayudando a «los enfermos» sino a Don José, a Francisco, y a la Sra. María… Dejaron de ser un concepto, y empezaron a ser personas, con historias muy concretas, y todos necesitados de amor. En un corazón misericordioso, el desconocido necesitado se transforma en una persona concreta a la que podemos amar y manifestar el amor que Dios le tiene.
Me parece que Jesucristo espera que durante esta Cuaresma, los miembros del Regnum Christi podamos abrir los ojos para aprovechar generosamente las oportunidades concretas que tenemos de amar a Cristo en nuestros hermanos. Y hacerlo principalmente en los que están cerca, como en la propia familia, en la escuela o el trabajo; y también en los que están lejos de nuestra vida cotidiana. Hay que estar atentos y a la escucha del Espíritu Santo, para que Él nos sugiera la acción conveniente y la palabra justa, y nos dé la valentía para ponerla en práctica, especialmente si a través de ello nos saca de nuestras preocupaciones, de nuestra zona de confort.
Esto quizás exija algunas renuncias, como reducir el tiempo que dedico al entretenimiento, a hablar por teléfono, o a estar en redes sociales. Necesitamos encontrar tiempo para estar más disponibles para las personas concretas que Dios ha puesto a nuestro lado. Quizás esto nos ayude a atrevernos a «perder» este tiempo con alguna persona que se siente sola o que cree que ya nadie se acuerda de ella.
Perdonar y pedir perdón
Otro campo importante en este Año de la Misericordia, y que mencioné al convocar nuestro año jubilar, es la capacidad de perdonar y de pedir perdón. El rico de la parábola parece recuperar la vista sólo después de su muerte y reconoce a Lázaro en el seno de Abraham, cuando nunca quiso verlo mientras estaba a la puerta de su casa. Es entonces cuando el rico pide misericordia, pero ya no puede obtenerla.
Con esta parábola, Jesucristo nos anima a aprovechar nuestra vida como el tiempo para pedir a Dios misericordia y también para ejercitarla con nuestro prójimo. Nos anima a no esperar a mañana para perdonar ni para pedir perdón. No quiere que nos acostumbremos a las llagas de nuestros hermanos que sufren en su cuerpo o en el espíritu, de manera que dejen de interpelarnos. Nos quiere activos en el amor, que se expresa en el perdón. Nos enseñará a decir al Padre: «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden».
Tal vez el Señor quiera que aprovechemos esta Cuaresma para recordar si hay alguien con quien tengamos que reconciliarnos, para ver si hay alguna herida que aún no ha sanado. Quizás este Año de la Misericordia sea el momento propicio para dar el primer paso hacia el perdón. ¡Cuánta alegría daremos al Corazón de Cristo con un gesto así! ¡Cuánta seguridad tendremos de encontrar misericordia ante el Señor si nosotros también la practicamos activamente!
Estamos en el Año de la Misericordia y Jesucristo quiere que nosotros la experimentemos en nuestra pequeñez, para luego irradiarla en nuestro entorno. Ojalá que en un mundo que a veces vive sin tiempo para la misericordia, nosotros podamos aportar nuestro granito de arena y gritarle a nuestros hermanos que la Misericordia de Dios no se acaba nunca, que Él no se cansa de perdonar, que Él no se olvida nunca de sus hijos.
Pido a la Santísima Virgen, Madre de Misericordia, que nos acompañe a todos en el itinerario de la Cuaresma. Cuenten con mis oraciones.
P. Eduardo Robles-Gil, L.C.
N.B. Por favor, no dejen de encomendar al Santo Padre y también a quienes participarán en las misiones de evangelización esta Semana Santa. Un misionero es, para muchas personas, uno de los signos más luminosos de la Misericordia de Dios.