Carta para la Cuaresma del Año jubilar de la Misericordia

¡Venga tu Reino!

8 de febrero de 2016

 

A los miembros y amigos del Regnum Christi

con motivo de la Cuaresma del Año jubilar de la Misericordia

 

Muy queridos amigos:

Al convocar el Jubileo de la Misericordia, el Santo Padre nos invitaba a vivir la Cuaresma como un momento fuerte para celebrar y experimentar la Misericordia de Dios (cf. Misericordiae vultus, 17) y nos recomendaba que nos dejáramos interpelar por la Palabra de Dios para que ésta nos transforme en apóstoles que descubran a sus hermanos, con obras y palabras, el amor que Jesucristo les tiene.

Como es tradición en el Regnum Christi, me dirijo a ustedes para ofrecerles algunas reflexiones que puedan servirles para vivir más plenamente este período cuaresmal de conversión y también para asegurarles mis oraciones por ustedes, sus familias y comunidades.

El Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización ha publicado unos subsidios para este año jubilar que se recogen en el libro Misericordiosos como el Padre, que se ha editado en varias lenguas. Ahí he podido encontrar algunas luces que guiarán las ideas de esta carta, especialmente en la sección sobre las parábolas de la misericordia. Concretamente, quiero fijarme en la parábola del rico y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31), que se proclamará en la misa del jueves de la segunda semana de Cuaresma.

Tiempo para la misericordia

Jesucristo resalta en esta parábola el contraste entre el rico que se viste como un rey y que tiene abundante alimento y Lázaro, quien está prácticamente vestido por sus llagas y que no recibe ni las migajas que caen de la mesa del rico. El primero es un hombre con grandes habilidades, con talentos para hacer crecer su patrimonio, para establecer relaciones con personas que pueden ayudarle. El segundo es un pobre hombre, que parece ser invisible para el rico y quienes pasan a su lado.

El ritmo casi frenético de vida que a veces llevamos puede tener un efecto parecido en nuestras vidas. Quizás estamos preocupados por muchas cosas. Vivimos con constantes desafíos para mantener el difícil equilibrio entre nuestra vida familiar, laboral, académica y social. Las mil y una cosas que hay que hacer para sacar adelante una familia y, en no pocos casos, para llegar al fin de mes, pueden absorber toda nuestra atención y hacer que los demás y sus necesidades poco a poco se vayan volviendo invisibles. Corremos el riesgo de dejar de ver incluso a los que nos son más cercanos y amamos, como un esposo, una esposa, unos hijos, un amigo, un compañero de trabajo, un empleado. Y qué decir de un desconocido que se cruza con nosotros cada mañana en la estación del metro o camino del trabajo o la escuela. De todos ellos podemos ser prójimos. Quizá estamos tan metidos en nuestras cosas que no tenemos tiempo para ellos.

La parábola me hace pensar que Dios ve las cosas de manera muy distinta. La Sagrada Escritura no nos revela el nombre del rico, quien se llevaba atenciones y tiempo de muchos. En contraste, el Evangelio llama por su nombre hasta cuatro veces al pobre ignorado por las personas importantes. ¿No habrá en este silencio una invitación a todos nosotros a abrir los ojos para ver el mundo como Dios lo ve? ¿No querrá el Señor que aprovechemos esta Cuaresma para examinarnos en la atención que damos a nuestros hermanos para que podamos convertirnos y creer de verdad que todo lo que hagamos por ellos se lo hacemos a Él?

Yo creo que esta Cuaresma el Señor nos invita a dejar de lado lo que nos encierra en nosotros mismos para poder tener tiempo para la misericordia. El rico del evangelio quiso ser misericordioso cuando ya no tenía tiempo para ello. Nosotros hoy tenemos la oportunidad de amar mejor que antes.

 

Las obras de misericordia

En la bula para el Jubileo, el Papa nos invita a reflexionar sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Incluso, en la indulgencia plenaria que nos ha concedido por nuestro propio año jubilar, el Papa ha querido asociar esta gracia a la práctica de las obras de misericordia. Y si lo hace es porque desea despertar nuestra conciencia de apóstoles, que puede a veces estar aletargada ante el drama de quienes sufren, de los pobres, de los rechazados, de los enfermos (cf. Misericordiae vultus, 15).

¿Quién de nosotros no ha podido experimentar la profunda alegría de poder servir a nuestros hermanos: cuidar de un familiar enfermo, aconsejar a una persona atribulada, consolar al triste, visitar a un preso, alimentar a quien tiene hambre o vestir a quien tiene frío, compartir el mensaje del Evangelio? A través de estas acciones, que nos exigen siempre olvidarnos de nosotros mismos, el Señor va haciendo presente su Reino en el mundo. Nos permite a todos reconocer en los necesitados a un hermano nuestro que merece nuestro cariño y nuestra compasión, y a veces incluso nuestra capacidad de perdón.

Tal vez el rico de la parábola también usó su dinero para cosas buenas. Sin embargo, estaba tan ocupado en sus cosas que no se involucraba directamente en hacer el bien a personas concretas. Así, se fue enredando en mil cosas que le fueron cautivando el corazón hasta no poder responder ante esa pregunta que el Señor hizo a Caín al inicio de la historia: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4, 9).

Un padre legionario me contó recientemente que al inicio de su ministerio a veces se iba con jóvenes del Regnum Christi y precandidatos de nuestro centros vocacionales a un hospital de enfermos incurables para ofrecerles los sacramentos y un poco de cariño y compañía. Y me decía con algo de emoción que ahí se dio cuenta de que él no estaba ayudando a «los enfermos» sino a Don José, a Francisco, y a la Sra. María… Dejaron de ser un concepto, y empezaron a ser personas, con historias muy concretas, y todos necesitados de amor. En un corazón misericordioso, el desconocido necesitado se transforma en una persona concreta a la que podemos amar y manifestar el amor que Dios le tiene.

Me parece que Jesucristo espera que durante esta Cuaresma, los miembros del Regnum Christi podamos abrir los ojos para aprovechar generosamente las oportunidades concretas que tenemos de amar a Cristo en nuestros hermanos. Y hacerlo principalmente en los que están cerca, como en la propia familia, en la escuela o el trabajo; y también en los que están lejos de nuestra vida cotidiana. Hay que estar atentos y a la escucha del Espíritu Santo, para que Él nos sugiera la acción conveniente y la palabra justa, y nos dé la valentía para ponerla en práctica, especialmente si a través de ello nos saca de nuestras preocupaciones, de nuestra zona de confort.

Esto quizás exija algunas renuncias, como reducir el tiempo que dedico al entretenimiento, a hablar por teléfono, o a estar en redes sociales. Necesitamos encontrar tiempo para estar más disponibles para las personas concretas que Dios ha puesto a nuestro lado. Quizás esto nos ayude a atrevernos a «perder» este tiempo con alguna persona que se siente sola o que cree que ya nadie se acuerda de ella.

Perdonar y pedir perdón

Otro campo importante en este Año de la Misericordia, y que mencioné al convocar nuestro año jubilar, es la capacidad de perdonar y de pedir perdón. El rico de la parábola parece recuperar la vista sólo después de su muerte y reconoce a Lázaro en el seno de Abraham, cuando nunca quiso verlo mientras estaba a la puerta de su casa. Es entonces cuando el rico pide misericordia, pero ya no puede obtenerla.

Con esta parábola, Jesucristo nos anima a aprovechar nuestra vida como el tiempo para pedir a Dios misericordia y también para ejercitarla con nuestro prójimo. Nos anima a no esperar a mañana para perdonar ni para pedir perdón. No quiere que nos acostumbremos a las llagas de nuestros hermanos que sufren en su cuerpo o en el espíritu, de manera que dejen de interpelarnos. Nos quiere activos en el amor, que se expresa en el perdón. Nos enseñará a decir al Padre: «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden».

Tal vez el Señor quiera que aprovechemos esta Cuaresma para recordar si hay alguien con quien tengamos que reconciliarnos, para ver si hay alguna herida que aún no ha sanado. Quizás este Año de la Misericordia sea el momento propicio para dar el primer paso hacia el perdón. ¡Cuánta alegría daremos al Corazón de Cristo con un gesto así! ¡Cuánta seguridad tendremos de encontrar misericordia ante el Señor si nosotros también la practicamos activamente!

Estamos en el Año de la Misericordia y Jesucristo quiere que nosotros la experimentemos en nuestra pequeñez, para luego irradiarla en nuestro entorno. Ojalá que en un mundo que a veces vive sin tiempo para la misericordia, nosotros podamos aportar nuestro granito de arena y gritarle a nuestros hermanos que la Misericordia de Dios no se acaba nunca, que Él no se cansa de perdonar, que Él no se olvida nunca de sus hijos.

Pido a la Santísima Virgen, Madre de Misericordia, que nos acompañe a todos en el itinerario de la Cuaresma. Cuenten con mis oraciones.

P. Eduardo Robles-Gil, L.C.

N.B. Por favor, no dejen de encomendar al Santo Padre y también a quienes participarán en las misiones de evangelización esta Semana Santa. Un misionero es, para muchas personas, uno de los signos más luminosos de la Misericordia de Dios.

ENGLISH TRANSLATION

February 8, 2016

To the members and friends of Regnum Christi

on the occasion of Lent in the Jubilee Year of Mercy

Dear friends,

When he convoked the Jubilee of Mercy, the Holy Father invited us to live Lent as a special moment to celebrate and experience God’s mercy (see Misericordiae vultus, 17). He recommended that we let ourselves be challenged by the Word of God so that it can transform us into apostles who reveal to their brothers the love that Jesus has for them through our words and works.

As is traditional in Regnum Christi, I write to offer some reflections to help you live this Lenten period of conversion more fully. I also wanted to assure you that I am praying for you, your families and your communities.

The Pontifical Council for the New Evangelization has published some pastoral resources for living this jubilee year under the which have been gathered together in the book Merciful like the Father, which has appeared in various languages[1]. Here I found some lights that will guide the ideas of this letter, especially in the section on the parables of mercy. Concretely, I want to focus on the parable of the rich man and the beggar Lazarus (Luke 16: 19-31), which is read in the Mass on Thursday of the second week of Lent.

Time for mercy

In that parable Jesus highlights the contrast between the rich man who dresses like a king and has food in abundance and Lazarus who is practically clothed in wounds and who does not even receive the crumbs that fall from the rich man’s table. One is a skilled man with all the talents he needs to increase his wealth and network with those capable of helping him. The other is a poor man who seems to be invisible to the rich man and those who pass him by.

The almost frenetic rhythm of life that we lead at times can have a similar effect on our lives. Perhaps we are busy with many things. We live constantly challenged to maintain the difficult balance between our family, work, academic and social life. The thousand and one things we have to do to bring the family forward and, not infrequently, simply to make it through to the end of the month, can absorb all of our attention and little by little make others and their needs invisible. We even run the risk of ceasing to see those who are closest to us and those whom we love, such as a spouse, a child, one of our friends, a coworker or an employee. This is even more so in the case of the strangers we run into every morning at the subway station or on the way to work or school. We are close to them all but do not have time for them. Perhaps we are so wrapped up in our affairs that we do not have time for them.

The parable makes me reflect that God sees things very differently. Sacred Scripture does not tell us the name of the rich man, who received the time and attention of many. By contrast, the poor man, ignored by people of importance, is mentioned by name four times in the Gospel. Isn’t this an invitation to us all to open our eyes and see the world as God does? Doesn’t the Lord want us to use this Lent to examine ourselves and see how much attention we pay to our brothers and sisters, to help us continue converting and come to truly believe that everything we do for others we do to him?

I believe this Lent the Lord is inviting us to leave aside whatever closes us in on ourselves so as to have time for mercy. The rich man of the Gospel wanted to be merciful when he no longer had time for it. Today we have the opportunity to love better than up until now.

The works of mercy

In the bull for the Jubilee, the Pope invites us to reflect on the corporal and spiritual works of mercy. What is more, in the plenary indulgence that he granted for our own jubilee year, the Pope associated this grace with the practice of the works of mercy. He does this to awaken our consciousness that we are apostles who at times are lethargic when faced with the drama of those who suffer, of the poor, of the outcasts, of the sick (see Misericordiae vultus, 15).

Who among us has not experienced the profound joy of being able to serve our brothers and sisters: taking care of a sick relative, counselling someone in trouble, consoling a sad person, visiting a prisoner, feeding the hungry or clothing someone who is cold, sharing the message of the Gospel? Through these actions, which always demand that we forget ourselves, the Lord makes his Kingdom present in the world. He allows us all to recognize in the needy our brothers and sisters, worthy of our tenderness and compassion, and at times even of our capacity to forgive.

Perhaps the rich man of the parable also used his money for good things. However, he was so busy with his things that he did not become directly involved in doing good to concrete people. He got caught up in a thousand things that bound his heart to the point that he could no longer respond to that question which the Lord put to Cain at the beginning of history, “Where is your brother?” (Gen 4:9)

A Legionary priest recently told me that at the beginning of his ministry he went once in a while to a hospital for those who had incurable sicknesses, together with young people from Regnum Christ and precandidates from some of our minor seminaries, to offer the sick the sacraments and a bit of love and company. Visibly moved, he told me that he realized there that he was not just helping “the sick” but rather Mr. Smith, Francis or Mary…. They stopped being an idea and began to be people with very concrete stories and all in need of love. For a merciful heart the needy stranger becomes a concrete person whom we can love and to whom we can show the love God has for us.

I think that this Lent Jesus wants Regnum Christi members to open their eyes and generously take advantage of the concrete opportunities we have to love Christ in our brothers. Mainly in those who are close to us in our own family, at school or at work but also in those removed from our daily life. We have to be attentive to the Holy Spirit and listen to him so he can suggest to us the right things to do and the appropriate words, and give us the courage to put them into practice, especially when they bring us away from our own concerns and out of our comfort zone.

This may demand sacrifices such as reducing the time we dedicate to entertainment, talking on the phone or being on social networks. We have to find time to be more available for those concrete individuals God has placed at our side. Perhaps all of this even helps us to dare to “waste” our time with someone who feels lonely or believes that no one is thinking of him.

Forgive and ask forgiveness

Another important area in this Year of Mercy, one which I mentioned in calling our own jubilee year, is the capacity to forgive and to ask forgiveness. The rich man in the parable seems to recover his sight only after his death, recognizing Lazarus in Abraham’s bosom, whereas during his life he was never able to see him right at his very door. The rich man now begs for mercy but can no longer obtain it.

With this parable Jesus encourages us to use our life and our time to ask God for mercy and also to practice it with our neighbor. He encourages us not to wait for tomorrow to forgive nor to ask for forgiveness. He does not want us to get so used to the wounds of our brothers and sisters who are suffering in spirit or in body that they no longer awake a reaction in us. Jesus wants us to love actively, and this finds its expression in forgiveness. He teaches us to say to the Father, “Forgive us our trespasses as we forgive those who trespass against us.”

Perhaps the Lord wants us to use this Lent to remember if there is someone with whom we have to be reconciled, to see if there is some wound that has still not healed. Perhaps this Year of Mercy is a fitting moment to take the first step towards forgiveness. How joyful we will make the Heart of Christ with such a gesture! By actively showing mercy we will be sure to find mercy before God.

We are in the Year of Mercy and Jesus wants us to experience mercy in our smallness so that we can then spread it around us. In a world that at times lives without time for mercy, may we be able to do our part, small as it is, and shout out to our brothers and sisters that the mercy of God is limitless, that he does not tire of forgiving, that he does not forget any one of his children.

I ask the Blessed Virgin Mary, the Mother of Mercy, to accompany us all on our Lenten journey. Count on my prayers.

Fr. Eduardo Robles-Gil, L.C.

P.S. Please do not forget to pray for the Holy Father and also for those who will participate in the evangelization missions this Holy Week. A missionary is for many people one of the most luminous signs of the God’s mercy.

[1] In English these catechetical resources are published as 8 separate volumes and available at http://www.osv.com/YearofMercy.aspx.

FRANÇAIS

8 février 2016

Aux membres et amis de Regnum Christi à l’occasion du Carême de l’Année jubilaire de la Miséricorde

 

Très chers amis,

En convoquant le Jubilé de la Miséricorde, le Saint-Père nous invitait à vivre le Carême comme un moment fort pour célébrer et expérimenter la Miséricorde de Dieu (cf. Misericordiae vultus, 17)  et il nous recommandait de nous laisser interpeller par la Parole de Dieu afin qu’elle nous transforme en apôtres qui feront découvrir à leurs frères, par leurs œuvres et paroles, l’amour que  Jésus leur porte.

Comme le veut la tradition de Regnum Christi, je m’adresse à vous pour vous offrir quelques réflexions qui pourront vous amener à vivre plus pleinement cette période de Carême consacrée à la conversion et aussi pour vous assurer de mes prières pour vous, vos familles et communautés.

Le Conseil pontifical pour la nouvelle évangélisation a publié quelques repères pour cette Année jubilaire, recueillis dans le livre Miséricordieux comme le Père, édité en plusieurs langues. J’y ai trouvé des éclairages qui me guideront dans cette lettre, surtout dans le chapitre sur les paraboles de la miséricorde. Concrètement je voudrais approfondir la parabole du riche et du pauvre Lazare (Lc 16, 19-31), qui sera lue lors de la messe du jeudi de la deuxième semaine de Carême.

Temps pour la miséricorde

Jésus-Christ souligne dans cette parabole le contraste entre le riche qui se pare comme un roi et se nourrit abondamment et Lazare, qui n’est pratiquement vêtu que de ses plaies et ne reçoit que les miettes tombant de la table du riche. Le premier est un homme pourvu de capacités, doté de talents pour faire croître son patrimoine, pour établir des relations avec des personnes qui peuvent l’aider. Le second est un pauvre homme qui paraît être invisible aux yeux du riche et de ceux qui passent près de lui.

Le rythme souvent effréné de notre existence peut parfois avoir un effet semblable sur nos vies. Nous sommes peut-être préoccupés par maintes choses. Nous rencontrons des défis constants pour maintenir un équilibre entre notre vie familiale, professionnelle, scolaire et sociale. Les mille et une choses à accomplir pour élever une famille et, souvent, pour boucler le mois, peuvent absorber toute notre attention et faire en sorte que notre prochain et leurs besoins deviennent petit à petit invisibles. Nous courons le risque de ne plus voir jusqu’à ceux qui nous sont proches et que nous aimons, comme un mari, une femme, des enfants, un ami, un collègue de travail, un employé. Et que dire d’un inconnu que l’on croise chaque jour à la station de métro ou sur le chemin du travail ou de l’école. Nous pourrions être le prochain de toutes ces personnes, mais nous n’avons pas de temps pour eux. Nous sommes peut-être si investis dans nos affaires que nous ne leur accordons pas la moindre attention.

Cette parabole suggère que Dieu voit les choses de façon très différente. La Sainte Écriture ne nous révèle pas le nom du riche, qui demandait les attentions et le temps de beaucoup. En revanche, l’Évangile appelle par son nom jusqu’à quatre fois le pauvre anonyme. N’y aurait-il pas dans ce silence une invitation pour nous tous à ouvrir les yeux afin d’observer le monde comme le voit Dieu ? Le Seigneur ne voudrait-il pas que nous profitions de ce Carême pour nous examiner sur l’attention que nous portons à nos frères afin que nous puissions nous convertir et croire réellement que tout ce que nous accomplissons pour eux c’est pour lui que nous le réalisons ?

Je crois que pendant ce Carême le Seigneur nous invite à laisser de côté ce qui nous enferme en nous-mêmes afin de pouvoir prendre du temps pour la miséricorde. Le riche de l’Évangile a voulu être miséricordieux alors qu’il n’en prenait pas le temps. Nous avons aujourd’hui l’occasion d’aimer mieux qu’avant.

Les œuvres de miséricorde

Dans sa Bulle pour le Jubilé le pape nous invite à réfléchir sur les œuvres de miséricorde corporelles et spirituelles. D’ailleurs, dans l’indulgence plénière qu’il nous a concédée pour notre propre année jubilaire, le pape a voulu associer cette grâce à la pratique d’œuvres de miséricorde. S’il l’a réalisé ainsi, c’est pour réveiller notre conscience d’apôtres, qui peut parfois s’endormir devant le spectacle de ceux qui souffrent, des pauvres, des malades (cf. Misericordiae vultus, 15).

Lequel d’entre nous n’a jamais ressenti une joie profonde en servant ses frères : s’occuper d’un malade proche, conseiller une personne affligée, consoler quelqu’un de triste, rendre visite à un prisonnier, nourrir celui qui a faim ou vêtir celui qui a froid, partager le message de l’Évangile ? Par ces actions, qui nous demandent de nous oublier nous-mêmes, le Seigneur rend présent son Règne dans le monde. Il nous permet de reconnaître dans les indigents un frère qui mérite notre tendresse et notre compassion, parfois même notre capacité à pardonner.

Il se peut que le riche de la parabole ait utilisé son argent pour de bonnes choses. Pourtant il était si occupé par ses affaires qu’il ne s’investissait pas directement à faire le bien à des personnes concrètes. Aussi était-il empêtré dans mille choses qui lui occupaient le cœur jusqu’à ne pas pouvoir répondre à la question que le Seigneur avait posée à Caïn au début de l’Histoire : « Où est ton frère ? » (Gn 4, 9).

Un père légionnaire me racontait récemment qu’au début de son ministère il allait parfois avec des jeunes de Regnum Christi et des pré-candidats de nos centres de vocations dans un hôpital pour malades incurables afin de leur apporter les sacrements et un peu de tendresse et de compagnie. Il me disait avec une certaine émotion qu’il prenait conscience qu’il n’aidait pas « des malades » mais Don José, Francisco ou madame Maria, etc. Ils cessaient d’être « abstraits » pour devenir des personnes, aux histoires concrètes ; tous avaient besoin d’amour. Dans un cœur miséricordieux, l’inconnu nécessiteux devient une personne concrète que l’on peut aimer et à qui l’on peut manifester l’amour que Dieu lui porte.

Il me semble que Jésus-Christ attend que, pendant ce Carême nous, membres de Regnum Christi, puissions ouvrir les yeux pour profiter généreusement des occasions concrètes que nous aurons pour l’aimer à travers nos frères. En l’accomplissant principalement pour ceux qui nous entourent, la famille, l’école ou le lieu de travail mais aussi vis-à-vis de ceux plus éloignés de notre vie quotidienne. Il faut être attentifs et à l’écoute de l’Esprit Saint, pour qu’il nous suggère l’action à réaliser et la parole à prononcer, et qu’il nous donne la force de la mettre en pratique, surtout si cela sort de nos préoccupations et de notre confort.

Cela demande peut-être quelques renoncements, comme de réduire le temps que je réserve au divertissement, à parler au téléphone, à fréquenter les réseaux sociaux. Nous avons besoin de temps pour être disponibles aux personnes concrètes que Dieu a placées auprès de nous. Peut-être que cela nous aidera à oser « perdre » ce temps avec quelqu’un qui se sent seul ou qui pense que personne ne se soucie de lui.

 

Pardonner et demander pardon

Un autre domaine important de cette Année de la Miséricorde, dont j’ai fait mention en ouvrant notre Année jubilaire, est la capacité à pardonner et à demander pardon. Le riche de la parabole semble ne retrouver la vue qu’après sa mort et il reconnaît Lazare auprès d’Abraham alors qu’il n’avait jamais voulu le regarder quand il était à la porte de sa maison. C’est alors que le riche demande miséricorde, mais il ne peut l’obtenir.

Par cette parabole Jésus nous encourage à profiter de notre vie comme l’occasion de demander miséricorde à Dieu et aussi pour l’exercer auprès de notre prochain. Il nous encourage à ne pas attendre le lendemain pour pardonner et demander pardon. Il ne veut pas que nous nous habituions aux plaies de nos frères qui souffrent dans leur corps ou leur esprit de façon à ce qu’ils cessent de nous interpeller. Il nous veut actifs par l’amour qui s’exprime par le pardon. Il nous apprend à dire au Père : « Pardonne nos offenses comme nous pardonnons à ceux qui nous ont offensés ».

Il se peut que le Seigneur veuille profiter de ce Carême pour nous rappeler qu’il y a quelqu’un avec qui nous devons nous réconcilier, qu’il y a une blessure non encore guérie. Peut-être cette Année de la Miséricorde sera-t-elle le moment propice pour faire le premier pas vers le pardon. Quelle joie pour le Christ si nous accomplissons un tel geste ! Quelle quiétude nous aurons de trouver miséricorde auprès du Seigneur si nous la pratiquons activement !

Nous voici dans l’Année de la Miséricorde et Jésus-Christ veut que nous la ressentions dans notre petitesse, afin de la faire rayonner ensuite autour de nous. Pourvu que dans ce monde qui vit parfois sans place pour la miséricorde, nous puissions apporter notre grain de sable et crier à nos frères que la miséricorde de Dieu ne s’arrête jamais, qu’il ne se lasse pas de pardonner, qu’il n’oublie aucun de ses enfants.

Je prie la Très Sainte Vierge, Mère de miséricorde, qu’elle nous accompagne tous sur le chemin du Carême. Comptez sur mes prières.

P. Eduardo Robles-Gil, LC

P.S. Je vous demande de ne pas cesser de prier pour le Saint-Père et aussi pour ceux qui participeront aux missions d’évangélisation de la Semaine Sainte. Un missionnaire est, pour bien des personnes, l’un des signes les plus clairs de la miséricorde de Dieu.