Homilía del director general en la Asamblea de directores territoriales

El sábado 19 de septiembre de 2015, en el contexto de la Asamblea de los directores territoriales, el director general presidió la concelebración eucarística en la capilla polaca en la cripta de la Basílica de San Pedro. Participaron los miembros de los gobiernos generales y los directores territoriales de los legionarios, consagradas del Regnum Christi y laicos consagrados del Regnum Christi. A continuación ofrecemos la transcripción de la homilía del P. Robles-Gil.

Lc 8, 4-15 “Dichosos los que con un corazón noble y generoso guardan la Palabra de Dios y dan fruto perseverando”

El Evangelio que acabamos de escuchar, de alguna manera ya está explicado por Jesucristo, entonces pues no hay mucho qué explicar desde un punto de vista, pero desde otro punto de vista sí tiene que ver mucho con nosotros.

Da la impresión y, en cierto modo, da mal sabor de boca, que hay una cierta fatalidad. Si te tocó ser camino, pues no hay nada qué hacer: llega el demonio y se lleva la semilla antes de que se convierta en planta. Si por tu carácter, por tu historia, o por lo que quieras, eres la tierra de espinos, pues también ya no hay mucho qué hacer, porque vas a albergar mucha esperanza y a la mera hora, se sofoca todo. Y en el de piedras no hay suficiente tierra, hay superficialidad y entonces tampoco aparece el fruto.

Y tendrían razón los protestantes cuando dicen que si te tocó tierra buena, pues te tocó tierra buena, y eso es predestinación. De alguna manera, y aceptando esto último, la verdad es que nosotros tendríamos que darle muchísimas gracias a Dios nuestro Señor, porque a pesar de que a veces no dejamos que la Palabra de Dios profundice, a pesar de todas nuestras limitaciones y nuestras pasiones, a pesar de todo, tendríamos que reconocer que Dios nuestro Señor nos ha bendecido mucho sin mérito propio. De alguna manera nos ha hecho ser parte de esa tierra buena destinada a dar fruto, unos 30, otros 60, otros ciento por uno.

Sin embargo, dado que no podemos cambiar al Sembrador porque es Jesucristo y no lo queremos cambiar; dado que la semilla es su gracia, es su Palabra, son sus dones y dependen de Él, nos toca a nosotros trabajar la propia tierra y trabajar la tierra de los demás.

Hace unos días fui a la Expo de Milán. Este año el tema tiene que ver con la sustentabilidad, con la alimentación, con la escasez de los bienes, con la escasez de la tierra y la escasez del agua. Entras al pabellón de Rusia —que son presumidos y tienen de qué presumir en estas cosas—, y resulta que ellos tienen el 10% de toda la tierra cultivable del mundo y el 23% del agua potable del mundo. Tienen un lago que es más grande que los 5 grandes lagos de Estados Unidos en cuanto reserva de agua potable. Entonces ellos presumen, y te dicen muy ufanos, y puede ser que sea cierto, que con su tierra ellos serían capaces de alimentar a toda la humanidad. Me hicieron que firmara el libro de los visitantes distinguidos, y entonces yo les puse que me daba mucha alegría que tuvieran la capacidad de alimentar a todo el planeta, pero que ojalá tuvieran la generosidad y la inteligencia para hacerlo. Y creo que es algo parecido a lo que nos toca a nosotros.

Luego entras al pabellón de Israel. Israel también presume, y presume que a pesar de que su tierra es chica, que no tiene agua pues es un desierto, son capaces de alimentar a su pueblo.

Y ahí te viene la duda de qué podemos hacer nosotros con la tierra para que dé fruto. Es exactamente lo mismo que hace Israel, y que lo que debería hacer Rusia, con inteligencia y con generosidad: hacer que también rinda el desierto, que también crezca la gracia entre las rocas, que donde haya espinos las plantas sean tan fuertes que no sean sofocadas. Y a nosotros nos toca eso.

Somos los que acompañamos, somos los que cultivamos, somos los que preparamos la tierra. Es el Señor el que siembra, es el Señor el que es capaz de dar fruto. La semilla siempre es buena porque es la gracia de Dios, es su Palabra. Y a nosotros nos toca, nos toca acompañar, nos toca preparar la tierra. En primer lugar la nuestra, nuestro propio corazón. Sí, hay que quitar yerbas, hay que quitar las plantas malas que sofocan lo que es la verdadera Palabra de Dios, la gracia. Porque, ¿qué pasa cuando Jesús dice que hay hierba y que hay trigo y no se nota muy bien? A veces crece más rápido la yerba mala y se ve bonita. Entonces nos quedamos con eso, con esas apariencias. Entonces no hay discernimiento para quitar la cizaña, para descubrir qué es cizaña, y nos dejamos engañar.

Pero poner sobre todo nuestro trabajo, dado que no estaríamos aquí si Dios no nos hubiera ya preparado el corazón para ser tierra buena. No digo que no nos preocupemos de nosotros y nos convirtamos. Debemos cultivar una actitud permanente de conversión y de búsqueda de Dios y de búsqueda de santidad. Pero a nosotros se nos ha dado una misión. Una misión que va mucho más allá de nuestro corazón.

Israel se mantiene a sí mismo y lo hace bien. Y tiene flores y frutos y alimento. Pero Rusia tiene que alimentar al mundo. Y podemos pensar que al estar bien nosotros ya cumplimos porque reconocemos con humildad nuestro desierto. Pero ¡no!, lo que a nosotros nos toca es pedir a Dios la inteligencia y la generosidad para que el mundo tenga vida. La mies es mucha, los obreros somos pocos. Y entonces tenemos que preparar esa tierra.

Hacer que el desierto se vuelva buena tierra, pero desde la abundancia de lo que Dios nos ha dado a nuestro corazón. Ver más allá de nosotros mismos. Y ¿es cansado? Sí, es cansado. Y ¿es desesperante? Sí, a veces es desesperante. Y a veces crees que todo va bien y abres el correo electrónico y te das cuenta que no, que no estaba todo bien. Te llegan las sorpresas. Por ello, tener la perseverancia, porque de la abundancia de lo que nos ha dado Dios se tienen que alimentar muchas gentes.

Hoy nos toca que el Movimiento crezca, florezca y sea capaz de alimentar las almas de tantas personas que están cerca de nosotros. Tenemos tantas personas en nuestras instituciones, tenemos tantas personas cerca de nuestros apostolados, que sólo podemos pensar en cómo darles de comer. Y entonces entiendes ese mandato de Jesucristo. Es que son muchos, tenemos sólo dos panes y cinco peces. Dadles vosotros de comer. Y así como creíamos que no íbamos a entrar aquí al Vaticano hoy porque había un evento del año de la vida consagrada, y sin embargo, entramos, así pasa. Buscamos y con la gracia de Dios lo logramos. Pero si nos hubiéramos dicho: «No ya no se puede entrar», y nos hubiéramos regresado a nuestras casas, sin estar juntos, con la Virgen, en el corazón de la Iglesia pidiendo a Dios para que nos ayude a cumplir con nuestra misión. Pero Dios siempre nos hace ver más allá de nuestras posibilidades.

¿Qué es lo que pedimos? Que nos ayude Dios nuestro Señor a que demos nosotros de comer a todo el Movimiento.