«Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba» (Is 53,4) – Via Crucis realizado por algunos religiosos legionarios
Presentamos a continuación las 14 estaciones del Via Crucis que realizaron algunos hermanos del Centro de estudios superiores de Roma. Estas imágenes y textos fueron expuestos la semana previa a la Semana Santa en las instalaciones del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum y de la Universidad Europea de Roma bajo el título: Via Crucis della Bibbia.
I ESTACIÓN
La oración de Jesús en el huerto
REFLEXIÓN
Inmerso en la noche más profunda, la del alma, Jesús con su oración es una luz radiante para nosotros. Una luz tajante que divide y que, al mismo tiempo, concentra la historia. Una historia marcada por el pecado y la desobediencia que es reunida en la obediencia amorosa del Hijo al Padre. Jesús es la luz intensa que brilla en todo tiempo y que le otorga nuevamente a las cosas su auténtica apariencia.
Es la luz que ilumina toda tiniebla interior, aquella personal y aquella primordial, y da nuevamente a la creatura la forma pensada por su Creador. Es una luz fuerte, pero acogedora; reveladora, pero purificadora.
Esta no es una noche más, sino la noche, pues el abandono de Jesús reconduce a la humanidad a su camino. Dios está por hacer una cosa nueva, cambia la noche en día y la muerte en vida. Esta es la noche: noche de dolor, noche de amor, noche de reparación, noche de re-creación.
ORACIÓN
Señor Jesús, te agradezco por esta oración tuya. Humildad y grandeza, fuerza y debilidad se unen en una sola cosa. Gracias porque la humildad de la forma desvela la grandeza del abandono. Gracias porque me haces ver cómo encontrar fuerza en la debilidad y seguridad en la prueba. Haz, oh Señor Jesús, que también yo, unido a ti, pueda encontrar mi puesto de hijo entre los brazos del Padre. Amén.
H. Diego Zanforlin, L.C.
II ESTACIÓN
Jesús es traicionado por Judas
Lo primero que resalta en la obra es la mirada de Judas, «uno de los doce». Su encuentro con Jesús emula el gesto más común de amor y cariño: un beso. Sin embargo, no es más que el embalaje que camufla el santo y seña que ha dado a los enemigos del Maestro.
El Maestro intenta encontrar la mirada del Iscariote, pero no la encuentra. Judas mira hacia atrás, hacia las antorchas que guió hasta el huerto.
Todo el rostro de Jesús está iluminado porque «Él es la luz». La escena, en cambio, nos muestra la noche que enmarca el instante en que Judas sella su acto fatídico y Jesús acepta la voluntad de su Padre.
Dos detalles buscan simbolizar la doble conciencia de Judas por la cual llega al abandono de su Rabí: la temerosa mirada que vuelve hacia atrás y la bolsa de dinero que aferra a sus espaldas. Y lo que Jesús espera de él es la respuesta de su abrazo.
Dos detalles abren el corazón del Salvador, que «no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva»: el contacto visual y su brazo sobre el hombro de Judas. Sus palabras de paternal reproche, desprovistas de odio y plenas de cariño, nos interpelan también hoy a nosotros: «Amigo, ¿a qué vienes?».
H. Samuel Hurtado, L.C.
III ESTACIÓN
Jesús ante el Sanedrín
El pasaje corresponde a la autoconfesión que hace Jesús sobre su verdadera identidad. Él es el Cristo, el Hijo de Dios, como dejó anunciado Marcos al inicio de su evangelio.
Esta confesión ocurre delante del sacerdote del templo, quien, en ese momento, se rasga sus vestiduras. Análogamente sucederá lo mismo con el velo del templo, cuando el centurión exclame: «Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios».
La escena quiere representar a un Cristo Real, plenamente consciente de su verdadera identidad de Hijo de Dios. No había temor alguno que le hiciera retroceder delante de esta afirmación. Era consciente de su misión y estaba dispuesto a morir en consecuencia.
Como se ha dicho, el sacerdote se rasga sus vestiduras. El dibujo presenta a Cristo como Luz, que rasga el poder de las tinieblas que se habían difundido con el pecado del primer hombre.
Finalmente, el sentimiento personificado por los protagonistas es: Cristo se mantiene sereno, porque Él es la Verdad, para Él resulta evidente y claro lo que ha dicho, pero para los miembros del Sanedrín son las palabras más escandalosas que se han podido escuchar.
Ni siquiera ante esto Cristo se inmuta, es más, cierra los ojos y entra en un profundo diálogo con su Padre, ya que sólo Él podía entenderle y sólo por su Voluntad estaba dispuesto a morir.
H. Camilo Palacio, L.C.
IV ESTACIÓN
Negaciones de Pedro
Hemos desprovisto la escena de sus elementos accidentales para centrarnos en la sustancia epifánica del evento. El mensaje se revela en el cruce de miradas. La mirada de Jesús se funde con la de Pedro. Sus ojos son iguales pero comunican un mensaje diferente. Esta identidad figurativa busca reflejar la dialéctica simbólica de la traición.
Por una parte, el traidor. La mirada de Pedro es la de un hombre compungido. Su cabello denota el caos de pensamientos en su mente atormentada. ¿Qué piensa Pedro ante la mirada del Amigo? ¡Es imposible que Jesús haya escuchado su triple negación! No era momento para mirarse a sí mismo. Tenía que ser fuerte para su Señor. Comienza a esbozarse una sonrisa de acompañamiento, pero sus ojos lo delatan. Quería estar cerca del Maestro en sus momentos de dolor… Ahora sólo quiere desaparecer. Desaparecer entre el silencio y el olvido.
Del otro lado, el traicionado. Jesús no pierde el porte de dominio y majestad. Sabe que ha llegado ya su hora. Sabe que es la víctima, pero continúa siendo el pilar de su Iglesia. Algunas heridas superficiales se asoman tímidamente en su rostro. Este recurso no busca abstraernos de la violencia, sino acentuar la verdadera herida. El dolor se oculta en la mirada. Un gesto apenas perceptible. No lo afligen los golpes o la injusticia con que ha sido condenado, sino la experiencia de un amigo que le está dando la espalda.
La poca luz de la estación sirve para realzar elementos simbólicos de la composición. Los vestidos de Cristo nos recuerdan su pasión (color merlot) y su divinidad (triple línea amarilla). Los vestidos de Pedro son color tierra y buscan reflejar la cotidianidad de su traición. Pedro nos representa a todos, seres apegados a nuestra condición terrena.
Al desproveer la escena del realismo histórico, recordamos que nuestra traición se repite cada día. Un pecado donde el traidor se traiciona a sí mismo huyendo de Aquél que, a pesar de todo, sigue buscándonos con la mirada.
H. Xavier Gutiérrez, L.C.
V ESTACIÓN
Jesús ante Pilato
Llegó la hora de las sombras. No hay quién defienda al inocente ni quién proclame como pocos días antes: ¡Bendito sea el Señor! Y estos se extienden dejando caer un juicio inicuo sobre aquél que es la justicia.
La espera de Jesús, manso y humilde, ante una multitud que rechaza su sangre es el momento que quisiéramos representar en esta obra. Será condenado injustamente y en Él están las injusticias de todos los que en este mundo sufren el abuso, la opresión y el maltrato.
Jesús, ayúdanos a soportar con gallardía las tribulaciones y dolores de la vida, con la firme esperanza de que siempre estás a nuestro lado y eres tú quien sufre con nosotros.
H. Gerardo Jiménez, L.C.
VI ESTACIÓN
Jesús es flagelado y coronado de espinas
Es un dibujo trabajado con pluma. Usa sencillamente dos colores con la finalidad de resaltar mejor el mensaje y busca así que el espectador retenga más el fondo que la forma.
El primer mensaje que quiere transmitir se encuentra en las correas del látigo. Allí están registrados los pecados de la humanidad que tanto mal le hacen a Jesucristo y son la causa de su sufrimiento.
Cuando el pecado hiere a nuestro Señor, éste es asumido en su carne (de ahí la tonalidad escarlata) y, sin embargo, lo que inicialmente era un pecado, su sangre lo transforma o lo redime, convirtiéndolo en una virtud.
Finalmente la corona expresa los diversos títulos que los hombres le han dado a Jesucristo. Las manos que cargan esta corona representan las manos del espectador y así como Pedro pudo confesarlo como «el Cristo», así también se espera de nosotros que podamos hacer la misma confesión en este camino de la Cruz.
H. Luis De Ávila, L.C.
VII ESTACIÓN
Jesús carga con la cruz
REFLEXIÓN
Jesús agarra la cruz entre sus manos. Sus dedos sienten la aspereza de aquella superficie y sabe que dentro de poco tiempo se unirá a ella de modo definitivo. La hora que tanto esperaba ha llegado; para esa hora ha venido y para ella se estaba preparando.
La cruz no es un peso ligero. Su espalda, que fue fuertemente probada, duele tras cada intento de movimiento. Sin embargo, se levanta otra vez y lleva el instrumento de su suplicio.
Aquella puerta no es su condena, sino la nuestra. Aquella carga no son sus pecados, son los nuestros. ¿Qué clase de injusticia es ésta? Han liberado al esclavo culpable y condenado al señor inocente. ¿Cuándo se escuchó algo semejante? ¡Qué espectáculo maravilloso, qué noticia jamás anunciada! Dios, lento a la ira y grande en amor, viene a suprimir nuestras culpas.
ORACIÓN
Señor Jesús, te veo encorvado y adherido a la cruz. ¿Por qué lo haces? ¿No es acaso mi espalda la que debería doblarse? ¿No lleva tal vez escrito mi nombre aquella cruz que tú llevas? Señor, esta escena me cierra la boca. Solo el silencio comprende que Dios, mi creador, se ha hecho responsable de mis pecados, los de su creatura. ¡Es injusto! ¡Sí, pero cuánto amor! Señor, cuando con tus dedos sientas la rugosidad del madero, acuérdate de mí y perdóname. Haz, al menos, que yo llore de amor y de dolor. Amén.
H. Diego Zanforlin, L.C.
VIII ESTACIÓN
Jesús es ayudado por el Cireneo
En esta escena vemos la imagen de un soldado romano que nos llama a nosotros, como espectadores, a ser los cireneos, a tomar la cruz de Cristo.
Todos los seres humanos cargan de un modo o de otro una cruz. Dios nos llama por medio de su Hijo a darle sentido redentor a nuestra cruz. Muchas veces, las circunstancias nos obligarán a tomarla, a veces por la fuerza, pero la cruz no es inútil si volteamos a ver a Jesús que nos amó primero.
Oremos: Señor, que me anime a tomar mi cruz con amor porque en ella estás verdaderamente presente conmigo y me salvas. Permíteme ser Cireneo de mis hermanos.
H. Luis De Ávila, L.C.
IX ESTACIÓN
Jesús consuela a las pías mujeres
De camino al Calvario, entre la gente que estimaba a Jesús, le siguen, vertiendo santo llanto, las piadosas mujeres. Es un encuentro lleno de πάθος, de sentimiento.
El dibujo es completamente figurativo en su escena principal: Jesús, que volviéndose a las mujeres, les consuela y profetiza.
Jesús, sin embargo, fue dibujado mientras observa una flor que sobresale en primer plano. La mirada de Jesús a la mujer no es posesiva, no busca intenciones carnales. Es una mirada de amor, del amor más escatológico y esencial de quien deja que la flor crezca en sus cuidados y florezca en la belleza que le es propia. No ultraja sus pétalos para escanciar su aroma. No la pisa ni la corta con amor egoísta. No todo en el jardín es verde y lozano, pero la mirada del Señor abarca toda la realidad de la mujer, el lado oscuro y aquél que es la admiración de las almas sensibles.
Cuatro mujeres siguen a Jesús, de diferentes edades y diversas personalidades. Jesús dirige a ellas su brazo de consuelo. Atrás, el cireneo nos interpela sobre la mirada que nosotros dirigimos a los demás, que debe ser aquélla de Jesús.
La segunda escena se yergue como una evocación de algunos de los dolores que son parte de la cruz femenina: hemos optado por representar, por una parte, la despedida o el olvido de los hijos y, por otra, la muerte y la soledad. Allí, como en el dibujo, la mirada de Jesús no es indiferente sino que permanece al lado de toda mujer que sufre. De ahí también que su diestra conforte el hombro de la mujer que llora sobre su hijo muerto en la segunda y que el crucifijo corone la puerta de la primera escena.
H. Samuel Hurtado, L.C.
X ESTACIÓN
Jesús es crucificado
En esta estación contemplamos, al centro, la mano de Cristo, personaje principal del drama salvífico. Dos brazos sujetan las cuerdas que mantienen a Cristo firme para ser clavado en la cruz. Estas manos tienen la perspectiva de venir de fuera como si fuesen de quien observa la imagen. Significa que nosotros, con nuestros pecados, contribuimos a la muerte de Cristo.
Al fondo, podemos contemplar el templo de Jerusalén. Cristo es más que el templo y con su muerte inaugura una Nueva Alianza. Dios pide ser adorado en espíritu y en obras por medio de las gracias que Cristo nos alcanza desde la cruz.
Los guardias reflejan el desinterés del mundo por conocer el misterio redentor de la pasión. Las manos que clavan representan el poder del enemigo, que mientras dure la historia, siempre será un poder que hará resistencia al poder de Jesucristo y su Iglesia.
Oremos: Te pedimos, Señor, que nos ayudes a ser conscientes del dolor que te causan nuestros pecados para iniciar un camino de conversión con la ayuda de tu Gracia.
H. Luis De Ávila, L.C.
XI ESTACIÓN
El buen ladrón
La escena del buen ladrón se instala en el movimiento del «arte del encuentro». Busca plasmar, a través del lenguaje pictórico, la relación profunda que puede surgir entre dos personas. Basta un gesto, una palabra. Aunque en este caso no basta…
Una línea rápida, una pluma descuidada, colores pálidos. Buscamos reflejar el material de los recuerdos. Las manos nos recuerdan vagamente a la creación de Adán. La potencia divina se concentra en una sola gota de sangre. La cruz de Cristo se transforma en el nuevo árbol de la vida que alimenta nuestra humanidad. El ladrón acoge con humildad la oferta del Amor.
El centro de la escena busca recordar el momento de nuestra redención. Una vez más, el elemento atemporal de la escena nos sitúa en un tiempo metafísico. El evento de la redención se actualiza en la historia. La dialéctica de la cruz se manifiesta entre el dolor y la alegría: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentarésis […], pero vuestra alegría se convertirá en gozo».
La paradoja del evento nos recuerda que la Iglesia nunca podrá comprender el misterio de la cruz como un hecho consumado al interior de categorías espacio-temporales. Seguimos y seguiremos siendo aquellos que gozan de la redención sin olvidar jamás el precio del rescate.
H. Xavier Gutiérrez, L.C.
XII ESTACIÓN
Jesús nos entrega a su madre
Jesús no nos deja de sorprender. En los momentos más difíciles de su pasión, nos entrega lo único que le quedaba: su Madre.
La escena queda desprovista de todo elemento dignificante, incluso de la luz. Es una cruz oscura porque oscuro es el momento que captamos. En los momentos de mayor prueba emergen nuestras verdaderas amistades, aquellas personas con las que puedes contar incondicionalmente.
La obra nos sitúa en una perspectiva cristológica, vemos a Juan y a María desde su punto de vista. Una perspectiva que revela su majestad, el Señor domina la escena, desde lo alto contempla a aquellos que siempre le estuvieron cerca y sentirá el consuelo de verles allí justo en sus últimas horas.
Cristo entrega su vida en la cruz, y ese infinito sacrificio traspasará los años y la historia sin importar la ingratitud o el olvido de aquellos por quienes murió. Es un amor eterno, fuerte, profundo y verdadero que pacientemente espera que volvamos la mirada a Él.
H. Gerardo Jiménez, L.C.
XIII Estación
Jesús muere en la cruz
Este dibujo, hecho a lápiz, está basado en el original de Buonarroti, correspondiente a la Crucifixión de Logroño (1540).
La vida y las obras de Miguel Ángel siempre me han sido de gran inspiración; esta en concreto la tomé como base, y sobre ella realicé algunos retoques personales.
En primer lugar la expresión de las manos la hice más dramática, teniendo como referencia lo que se ha descubierto en la sábana santa, en donde se afirma que todo el sistema de tendones fue destruido cuando penetró el sólido hierro.
En segundo lugar la expresión de su rostro es serena, basada en el rostro del Cristo de La Piedad, del mismo artista, ya que, en definitiva, este es uno de los regalos más grandes que la fe nos da: conservar la paz y la serenidad en medio de terribles sufrimientos.
Y por último, el destello de luz que cubre el fondo de la obra, ya que se quiere exaltar el símbolo de la cruz, como el distintivo de todo cristiano.
H. Camilo Palacio, L.C.
XIV ESTACIÓN
Jesús es colocado en el sepulcro
Como el grano es sepultado en las profundidades de la tierra para que muera y de fruto, así Cristo es sepultado en el corazón de la tierra. Lo que parece ser una derrota sellada con una piedra pesada, no es sino la preparación para el germinar de una vida nueva, la vida en Cristo.
También nuestro corazón, como la tierra, necesita ser fecundado por la gracia divina. En esta estación Jesús es sepultado en la profundidad de nuestro corazón para entrar en contacto con nuestras tinieblas. Cristo, como grano humilde, se deja sepultar en nosotros: toca, con su muerte, nuestra muerte para resucitar en nosotros y hacernos resucitar con Él.
En la Eucaristía sucede esta fecunda siembra. Jesús entra en nuestro corazón, se une interiormente a nosotros para unirnos íntimamente a Él. Esta unión es fecunda por la fuerza del amor, el Espíritu Santo. Allí recibimos la vida verdadera, prenda de la gloria futura.
ORACIÓN
Señor Jesús, te agradezco por tu amor tan grande que ha superado toda barrera, incluso la de la muerte. Te agradezco por el don de la Eucaristía con la cual transformas mi vida. Te agradezco por haber elegido mi corazón como lugar en el cual te entregas para vencer mi muerte. Señor Jesús, amo la vida, amo tu vida. Haz, oh Jesús, que en cada Eucaristía reciba en abundancia los frutos de esta vida nueva, anticipación de tu reino. Amén.
H. Diego Zanforlin, L.C.