Por el P. Alberto Carrara, LC
Estudiar la «Inteligencia Artificial» (IA) significa profundizar en qué consiste nuestra inteligencia y por qué nunca se la.puede simular.
Sophia es, quizás, la plataforma de inteligencia artificial más conocida del mundo. Su avanzado sistema de Machine Learning «incorporado» y apoyado por un robot humanoide con las aparentes características de la actriz Audrey Hepburn es capaz de interactuar cognitiva e incluso emocionalmente con nosotros. Numerosas pruebas han sido hechas, a lo largo de los años, las entrevistas televisivas, pero incluso las conferencias en las Naciones Unidas y el parlamento de Arabia Saudita que «le» incluso otorgaron la ciudadanía honoraria(1).
En el ámbito jurídico y ético, el estatuto personal podría atribuirse a una entidad no humana si esto en sí mismo diera prueba de las capacidades que nosotros, común o legalmente, hemos elegido para que una persona humana posea y manifieste. Entre todas estas habilidades hay una que ha «motivado» al científico computacional estadounidense John McCarthy desde 1956 a definir las matematizaciones de las operaciones manuales y cognitivas humanas con el término «inteligencia artificial«. Junto con Allen Newell y Herbert Simon, McCarthy contribuyó a lo largo de los años a matematizar (es decir, a producir lo que ahora llamamos algoritmos) diferentes aspectos de la inteligencia humana compleja: desde la resolución de problemas matemáticos y geométricos, hasta la decodificación y reproducción de algunos rasgos del lenguaje humano.
Las importantes contribuciones del psicólogo evolutivo Howard Gardner al tema de la inteligencia múltiple, junto con los desarrollos neurocientíficos que integran el papel interdependiente de otros sistemas y aparatos de órganos en la centralidad coordinativa de nuestro sistema nervioso (la llamada Neurología Encarnada), han asegurado que los desarrollos en inteligencia artificial, más que enfocarse en la posibilidad de producir entidades robóticas dotadas de inteligencia similar a la humana, están ayudando a caracterizar con mayor profundidad el estado de la inteligencia humana, sus peculiaridades y, en consecuencia, el hiato que existe entre ellas, lo que nos caracteriza como especie biológica y lo que producimos como artefactos.
El problema de la imitación o reproducción del pensamiento humano ha caracterizado la historia de la humanidad: siempre hemos tratado de suplir nuestras deficiencias corporales mediante la construcción de artefactos. La técnica se convirtió, con la llegada del método experimental del siglo XVII, en tecnología. Desde la antigüedad clásica hasta la Edad Media, desde la modernidad hasta la posmodernidad, ha habido varias formas de resolver el problema de la imitación.
Ciertamente, la lógica aristotélica no previó la idea de reproducir determinadas actividades cognitivas humanas, pero sí consideró la cognición como un conjunto de procedimientos de carácter formal. Esta pista de comprensión fue la piedra angular en la Edad Media para que los lógicos Ramon Llull (italianizado en Raimondo Lullo, 1232-1316), Pierre de la Ramée (italianizado Pietro Ramo, 1515-1572) y otros, pudieran considerar el pensamiento humano, la inteligencia cognitiva humana, como una serie de procedimientos lógicos de deducción e inducción que pueden formalizarse y por tanto reproducirse incluso a partir de lo que no era humano. De estos desarrollos medievales sobre la cualidad lógica de la inteligencia humana surgió la idea de poder mecanizar la propia mente humana, ciertamente bajo este aspecto específico, el de un orden lógico formal.
La idea de que la inteligencia humana es el resultado de cálculos elementales capaces de generar incluso procesos muy complejos se ha ido diluyendo y amortiguando poco a poco con el tiempo para que el objetivo actual de la «IA» sea más limitado, humilde y por tanto real: la construcción de máquinas capaces de realizar cálculos útiles para realizar tareas específicas como, por ejemplo, el reconocimiento visual de objetos; reconocimiento auditivo de sonidos; reconocimiento de textos; la gestión y control de procesos muy complejos, como los de aviones, naves espaciales o sondas espaciales; Realización de actividades como las de los robots, drones o dispositivos similares.
Anticipándose en quince años a la famosa tesis sobre la intencionalidad del filósofo estadounidense John Rogers Searle (1932-), el filósofo italiano de la ciencia Evandro Agazzi (1934-) realizó un análisis y una crítica en profundidad de las diferentes aproximaciones a este tema, en particular hacia el computacionalismo y el funcionalismo, esbozando su propia concepción articulada de un molde realista(2). No se puede decir, como suele suceder, que las computadoras o los robots humanoides modernos como Sophia tengan pensamientos o sentimientos similares a los de los seres humanos porque no están dotados de intencionalidad.
Ciertamente la evolución de la inteligencia digital y artificial es patente y representa un bien si se pone al servicio del desarrollo integral de todo el hombre y de todos los seres humanos; ciertamente hoy en día se están construyendo máquinas complejas que son capaces de realizar desempeños muy similares a los del razonamiento humano o comportamientos dirigidos en muchos sectores de la producción, concepción, realización de bienes y servicios; ciertamente esta similitud se limita a la capacidad de realizar algunas operaciones, mientras que la diferencia que permanece, y permanecerá, es la capacidad de dar sentido a estas operaciones y sus resultados, y de establecer metas intencionalmente. Esto es lo que hace que nuestra inteligencia sea radicalmente diferente de la inteligencia artificial.
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El P. Alberto Carrara, LC es Director del Grupo de Investigación en Neurobioética del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma, es Doctor en Biotecnología Médica y Filosofía, y es miembro de la Pontificia Academia para la Vida.
El texto fue publicado en itliano en la edición del L’Osservatore Romano del 27 de enero de 2022.
Pueden conocer más de la labor académica y escritos del P. Alberto en su página web: Alberto Carrara – Neuroetica e Neuroscienze
Foto: Una toma del robot Sophia
1 comentario.
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